jueves, 26 de julio de 2018

UN APAGÓN EN EL BARRIO SANTA MARÍA


   Se había cortado la luz en el barrio, la luna brillaba por su ausencia y la noche deliraba una oscuridad intensa. Jorge no recordaba una jornada tan negra en su vida, llegaba tarde y su trabajo de nueve horas diarias lo había dejado exhausto.

  A dos cuadras de bajar del colectivo ya observó la penumbra que le esperaba en sus calles, el 24 ramal azul pedía permiso por la avenida Linch, donde los faroles de calle apenas parpadeaban pronosticando el apagón próximo.

   Descendió y se sumergió de memoria en el barrio donde todo era negro. Son 3 cuadras adentro, una a la derecha y media a la izquierda, lo tenía tan automatizado que lo podía hacer con los ojos cerrados. Pero con un apagón, el ambiente del barrio le resultó tenebroso, veía poco y nada, -Estoy en edad plena, no hay de que asustarse- pensaba, mientras que al mismo tiempo recordaba el terror que le tenía a la oscuridad cuando era pequeño.

   Tenía un velador de Batman que le hacía compañía noche tras noche hasta que un marzo dejo de funcionar, comenzó a dejar la puerta de la habitación abierta para que ingrese la luz del Iiving, y una noche esperando a que Jorgito durmiera su madre comenzó a cerrar la puerta enseñándole a dormir sin miedos.

   Hoy es distinto, Jorge creció y  sólo 4 cuadras y media lo separan de su casa. Va por la primera iniciando su caminata de costumbre, de repente en un costado de la vereda observa una sombra que se destaca en las penumbras, una persona -aparentemente hombre- apoyado contra el portón de una fachada. Jorge se asusta y para enfrentarlo saluda -Hola- nadie responde, -¡Buenas noches!- insiste y nada, ve que el señor se mueve, escucha sonido de gargajo y un escupitajo le impacta en medio del rostro. Se limpia desesperado con el antebrazo, sigue caminando con nulidad de respuesta y asombrado por el disparo de saliva sufrido, no entiende y no puede reaccionar. Se refriega nuevamente con un pañuelo para insultar al señor, pero asustado se calla y decide seguir.

   A mitad de la otra cuadra el silencio parece eterno y más eterno el camino a casa, los vecinos no existían en las calles, todos ellos refugiados tras la falta de energía eléctrica y el frío de agosto. Jorge podía escuchar su propia respiración y se llamaba a silencio sólo para no interrumpir la calma, hasta que de un soponcio un ladrido lo paraliza. El perro sale de la nada y se le para en frente, tiene la sombra petisa de cuatro patas delante de sus pies. Jorge ilumina la noche con la palidez del susto y su cuerpo no responde. -Es sólo un perro de la calle- se murmura para relajar, -perro que ladra no muerde-. De a poco se recupera con movimientos lentos, da un paso atrás, unos cuantos al costado y vuelve a caminar por medio de la calle de tierra, el perro gruñe, siente como la mirada del animal le cae pesadamente sobre la espalda y un aire salvaje cementa el ambiente, el depredador decide dar una vida más a su presa, así Jorge escapa ciego en una noche sin Luna ni estrellas.

   Pasa la siguiente esquina, una vez que recupera seguridad acelera el paso para no vivenciar otra sorpresa. Deviene nervioso a paso ligero, le parece increíble la invisibilidad de la noche, apenas hay unos pocos reflejos que lo ayudan a ubicarse para saber que va por el camino correcto. Voltea preocupado por el perro, pero la ceguera no deja ver nada hacia atrás.

  Al descuidar el camino choca contra alguien, tropieza, intenta agarrarse de la nada, del aire, no quiere caer, pero fracasa cayendo de lleno sobre un charco de agua con tierra y sus palmas intentan amortiguar el golpe. Las manos sienten el impacto y sus rodillas le graban un recordatorio que mañana será la alarma del dolor, se ensucia con un barro que le cubre la cara. Levanta rápido la mirada, una sombra enojada con voz de mujer entrada en años le grita -!Tené cuidado pendejo! ¿Podes mirar adelante cuando caminas, o estas ciego?- Jorge no comprende, sólo atina a pedir disculpas y la señora se va sin responder. Desde el suelo observa como la vieja se aleja lento y a los dos pasos ya la pierde de vista.

   Se reintegra a la caminata con bronca, preocupado, rengueando, sucio y con miedo, mucho miedo. No entiende como un corte de luz puede ocasionarle tanto drama, como la visión es tan acotada, como la vieja podía verlo tan claramente y el no podía referenciar nada de su rostro.

   Da vuelta la esquina, sólo falta una cuadra y media para llegar. Logra cruzar esos cien metros -casi corriendo- sin sobresaltos, sólo le queda media cuadra. Gira en la última ochava, enfila decidido por la necedad de ingresar a su hogar para sentirse a salvo, da tres pasos y frena de golpe, queda en shok. El terror le provoca un sudor helado cuando recuerda que esta misma situación ya la había vivido, que ya estuvo por estás calles a oscuras, que varias veces ya se vio asustado, que el apuro ya le había descuidado el camino y que el terror ya lo había derrumbado. Cayó en la cuenta que su casa nunca fue suya, que esas calles eran prestadas y debía devolverlas, y que al llegar, el final era otra vida. 

   Recordó, que el fue el señor de la primer cuadra, que al verse caminar no le gustó lo que vio y que de la bronca se escupió. Recordó que fue perro, y que se vio tan dormido que necesito ladrar muy fuerte para despertarse a sí mismo. Se acordó cuando fue una señora y se vio descuidando tanto el camino que necesitó darse un topetazo, caer al barro, poder levantarse y prestar atención adelante.
   Y sobre todo, recordó que la luz no faltaba, sino que era él quien no podía ver.

Walterio... 
Cuento Veloz

1 comentario:

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