Se había
cortado la luz en el barrio, la luna brillaba por su ausencia y la noche
deliraba una oscuridad intensa. Jorge no recordaba una jornada tan negra en su
vida, llegaba tarde y su trabajo de nueve horas diarias lo había dejado
exhausto.
A dos
cuadras de bajar del colectivo ya observó la penumbra que le esperaba en sus
calles, el 24 ramal azul pedía permiso por la avenida Linch, donde los faroles
de calle apenas parpadeaban pronosticando el apagón próximo.
Descendió y se sumergió de memoria en el
barrio donde todo era negro. Son 3 cuadras adentro, una a la derecha y media a
la izquierda, lo tenía tan automatizado que lo podía hacer con los ojos
cerrados. Pero con un apagón, el ambiente del barrio le resultó tenebroso, veía
poco y nada, -Estoy en edad plena, no hay de que asustarse- pensaba,
mientras que al mismo tiempo recordaba el terror que le tenía a la oscuridad
cuando era pequeño.
Tenía un
velador de Batman que le hacía compañía noche tras noche hasta que un marzo
dejo de funcionar, comenzó a dejar la puerta de la habitación abierta para que
ingrese la luz del Iiving, y una noche esperando a que Jorgito durmiera su
madre comenzó a cerrar la puerta enseñándole a dormir sin miedos.
Hoy es
distinto, Jorge creció y sólo 4 cuadras
y media lo separan de su casa. Va por la primera iniciando su caminata de
costumbre, de repente en un costado de la vereda observa una sombra que se
destaca en las penumbras, una persona -aparentemente hombre- apoyado contra el
portón de una fachada. Jorge se asusta y para enfrentarlo saluda -Hola- nadie
responde, -¡Buenas noches!- insiste y nada, ve que el señor se mueve, escucha
sonido de gargajo y un escupitajo le impacta en medio del rostro. Se limpia
desesperado con el antebrazo, sigue caminando con nulidad de respuesta y asombrado
por el disparo de saliva sufrido, no entiende y no puede reaccionar. Se
refriega nuevamente con un pañuelo para insultar al señor, pero asustado se
calla y decide seguir.
A mitad
de la otra cuadra el silencio parece eterno y más eterno el camino a casa, los
vecinos no existían en las calles, todos ellos refugiados tras la falta de
energía eléctrica y el frío de agosto. Jorge podía escuchar su propia
respiración y se llamaba a silencio sólo para no interrumpir la calma, hasta
que de un soponcio un ladrido lo paraliza. El perro sale de la nada y se le
para en frente, tiene la sombra petisa de cuatro patas delante de sus pies.
Jorge ilumina la noche con la palidez del susto y su cuerpo no responde. -Es
sólo un perro de la calle- se murmura para relajar, -perro que ladra no
muerde-. De a poco se recupera con movimientos lentos, da un paso atrás, unos
cuantos al costado y vuelve a caminar por medio de la calle de tierra, el perro
gruñe, siente como la mirada del animal le cae pesadamente sobre la espalda y
un aire salvaje cementa el ambiente, el depredador decide dar una vida más a su
presa, así Jorge escapa ciego en una noche sin Luna ni estrellas.
Pasa la
siguiente esquina, una vez que recupera seguridad acelera el paso para no
vivenciar otra sorpresa. Deviene nervioso a paso ligero, le parece increíble la
invisibilidad de la noche, apenas hay unos pocos reflejos que lo ayudan a
ubicarse para saber que va por el camino correcto. Voltea preocupado por el
perro, pero la ceguera no deja ver nada hacia atrás.
Al
descuidar el camino choca contra alguien, tropieza, intenta agarrarse de la
nada, del aire, no quiere caer, pero fracasa cayendo de lleno sobre un charco
de agua con tierra y sus palmas intentan amortiguar el golpe. Las manos sienten
el impacto y sus rodillas le graban un recordatorio que mañana será la alarma
del dolor, se ensucia con un barro que le cubre la cara. Levanta rápido la
mirada, una sombra enojada con voz de mujer entrada en años le grita -!Tené
cuidado pendejo! ¿Podes mirar adelante cuando caminas, o estas ciego?- Jorge no
comprende, sólo atina a pedir disculpas y la señora se va sin responder. Desde
el suelo observa como la vieja se aleja lento y a los dos pasos ya la pierde de
vista.
Se
reintegra a la caminata con bronca, preocupado, rengueando, sucio y con miedo,
mucho miedo. No entiende como un corte de luz puede ocasionarle tanto drama,
como la visión es tan acotada, como la vieja podía verlo tan claramente y el no
podía referenciar nada de su rostro.
Da
vuelta la esquina, sólo falta una cuadra y media para llegar. Logra cruzar esos
cien metros -casi corriendo- sin sobresaltos, sólo le queda media cuadra. Gira
en la última ochava, enfila decidido por la necedad de ingresar a su hogar para
sentirse a salvo, da tres pasos y frena de golpe, queda en shok. El terror le
provoca un sudor helado cuando recuerda que esta misma situación ya la había
vivido, que ya estuvo por estás calles a oscuras, que varias veces ya se vio
asustado, que el apuro ya le había descuidado el camino y que el terror ya lo
había derrumbado. Cayó en la cuenta que su casa nunca fue suya, que esas calles
eran prestadas y debía devolverlas, y que al llegar, el final era otra
vida.
Recordó,
que el fue el señor de la primer cuadra, que al verse caminar no le gustó lo
que vio y que de la bronca se escupió. Recordó que fue perro, y que se vio tan
dormido que necesito ladrar muy fuerte para despertarse a sí mismo. Se acordó
cuando fue una señora y se vio descuidando tanto el camino que necesitó darse
un topetazo, caer al barro, poder levantarse y prestar atención adelante.
Y sobre
todo, recordó que la luz no faltaba, sino que era él quien no podía ver.
Walterio...
Cuento Veloz
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