martes, 31 de julio de 2018

SOMOS DE MANUAL


Nuestra relación es así, no está bien, no esta mal, pero es de manual.
Y si dicen que está mal, que quien lo diga venga con el librito en la mano para justificarse, le haré dar cuenta que tiene las indicaciones incorrectas, que cada pareja arma sus propias normas, su propio y único manual.

El nuestro es complejo, totalmente anárquico, frenético, enérgico, insaciable y también contradictorio; y para colmo está escrito en Taiwanés.

Los capítulos se chocan entre sí, piden cosas que al capítulo siguiente se desarman.
Aplica normas que otros artículos invitan a romper.
Habla de amar y de enamorar, habla de odiar y discutir.
Algunas indicaciones dan palabras de cariño y otras en la bronca permiten deslizar aberraciones.
Hay normas de alcohol y drogas, y se enreda en vida sana.
Algún artículo cuestiona la monogamia y otro obliga a no engañar jamás.
Habla de los celos y de la confianza.
Trata del apego y de dar espacios.
Obliga al llanto y apremia las risas.
Pide cordura pero prevalece enloquecer, desencajarse y ser incoherentes como el propio manual.
Y termina indicando la Garantía, en caso de desperfectos es extensible hasta la muerte.        
CUENTO VELOZ     

jueves, 26 de julio de 2018

UN APAGÓN EN EL BARRIO SANTA MARÍA


   Se había cortado la luz en el barrio, la luna brillaba por su ausencia y la noche deliraba una oscuridad intensa. Jorge no recordaba una jornada tan negra en su vida, llegaba tarde y su trabajo de nueve horas diarias lo había dejado exhausto.

  A dos cuadras de bajar del colectivo ya observó la penumbra que le esperaba en sus calles, el 24 ramal azul pedía permiso por la avenida Linch, donde los faroles de calle apenas parpadeaban pronosticando el apagón próximo.

   Descendió y se sumergió de memoria en el barrio donde todo era negro. Son 3 cuadras adentro, una a la derecha y media a la izquierda, lo tenía tan automatizado que lo podía hacer con los ojos cerrados. Pero con un apagón, el ambiente del barrio le resultó tenebroso, veía poco y nada, -Estoy en edad plena, no hay de que asustarse- pensaba, mientras que al mismo tiempo recordaba el terror que le tenía a la oscuridad cuando era pequeño.

   Tenía un velador de Batman que le hacía compañía noche tras noche hasta que un marzo dejo de funcionar, comenzó a dejar la puerta de la habitación abierta para que ingrese la luz del Iiving, y una noche esperando a que Jorgito durmiera su madre comenzó a cerrar la puerta enseñándole a dormir sin miedos.

   Hoy es distinto, Jorge creció y  sólo 4 cuadras y media lo separan de su casa. Va por la primera iniciando su caminata de costumbre, de repente en un costado de la vereda observa una sombra que se destaca en las penumbras, una persona -aparentemente hombre- apoyado contra el portón de una fachada. Jorge se asusta y para enfrentarlo saluda -Hola- nadie responde, -¡Buenas noches!- insiste y nada, ve que el señor se mueve, escucha sonido de gargajo y un escupitajo le impacta en medio del rostro. Se limpia desesperado con el antebrazo, sigue caminando con nulidad de respuesta y asombrado por el disparo de saliva sufrido, no entiende y no puede reaccionar. Se refriega nuevamente con un pañuelo para insultar al señor, pero asustado se calla y decide seguir.

   A mitad de la otra cuadra el silencio parece eterno y más eterno el camino a casa, los vecinos no existían en las calles, todos ellos refugiados tras la falta de energía eléctrica y el frío de agosto. Jorge podía escuchar su propia respiración y se llamaba a silencio sólo para no interrumpir la calma, hasta que de un soponcio un ladrido lo paraliza. El perro sale de la nada y se le para en frente, tiene la sombra petisa de cuatro patas delante de sus pies. Jorge ilumina la noche con la palidez del susto y su cuerpo no responde. -Es sólo un perro de la calle- se murmura para relajar, -perro que ladra no muerde-. De a poco se recupera con movimientos lentos, da un paso atrás, unos cuantos al costado y vuelve a caminar por medio de la calle de tierra, el perro gruñe, siente como la mirada del animal le cae pesadamente sobre la espalda y un aire salvaje cementa el ambiente, el depredador decide dar una vida más a su presa, así Jorge escapa ciego en una noche sin Luna ni estrellas.

   Pasa la siguiente esquina, una vez que recupera seguridad acelera el paso para no vivenciar otra sorpresa. Deviene nervioso a paso ligero, le parece increíble la invisibilidad de la noche, apenas hay unos pocos reflejos que lo ayudan a ubicarse para saber que va por el camino correcto. Voltea preocupado por el perro, pero la ceguera no deja ver nada hacia atrás.

  Al descuidar el camino choca contra alguien, tropieza, intenta agarrarse de la nada, del aire, no quiere caer, pero fracasa cayendo de lleno sobre un charco de agua con tierra y sus palmas intentan amortiguar el golpe. Las manos sienten el impacto y sus rodillas le graban un recordatorio que mañana será la alarma del dolor, se ensucia con un barro que le cubre la cara. Levanta rápido la mirada, una sombra enojada con voz de mujer entrada en años le grita -!Tené cuidado pendejo! ¿Podes mirar adelante cuando caminas, o estas ciego?- Jorge no comprende, sólo atina a pedir disculpas y la señora se va sin responder. Desde el suelo observa como la vieja se aleja lento y a los dos pasos ya la pierde de vista.

   Se reintegra a la caminata con bronca, preocupado, rengueando, sucio y con miedo, mucho miedo. No entiende como un corte de luz puede ocasionarle tanto drama, como la visión es tan acotada, como la vieja podía verlo tan claramente y el no podía referenciar nada de su rostro.

   Da vuelta la esquina, sólo falta una cuadra y media para llegar. Logra cruzar esos cien metros -casi corriendo- sin sobresaltos, sólo le queda media cuadra. Gira en la última ochava, enfila decidido por la necedad de ingresar a su hogar para sentirse a salvo, da tres pasos y frena de golpe, queda en shok. El terror le provoca un sudor helado cuando recuerda que esta misma situación ya la había vivido, que ya estuvo por estás calles a oscuras, que varias veces ya se vio asustado, que el apuro ya le había descuidado el camino y que el terror ya lo había derrumbado. Cayó en la cuenta que su casa nunca fue suya, que esas calles eran prestadas y debía devolverlas, y que al llegar, el final era otra vida. 

   Recordó, que el fue el señor de la primer cuadra, que al verse caminar no le gustó lo que vio y que de la bronca se escupió. Recordó que fue perro, y que se vio tan dormido que necesito ladrar muy fuerte para despertarse a sí mismo. Se acordó cuando fue una señora y se vio descuidando tanto el camino que necesitó darse un topetazo, caer al barro, poder levantarse y prestar atención adelante.
   Y sobre todo, recordó que la luz no faltaba, sino que era él quien no podía ver.

Walterio... 
Cuento Veloz

jueves, 19 de julio de 2018

EL VERBO MORIR



         Estoy muerto, bien muerto. Primero no lo quería aceptar, pero después de unos días lo termine asimilando. Y ahora me doy cuenta de lo que estoy viviendo, bah! O muriendo, todavía no aprendí a conjugar verbos en la muerte.  Es todo muy confuso. Antes podía exclamar “Que viva la vida”, ahora no se si decir: “que muera la muerte”.

         No sé porque me sorprendí tanto de morir, si lo estaba buscando. Pucho, alcohol y sedentarismo iban a terminar por matarme, es lógico. Quizás la sorpresa ante mi muerte fue un formalismo hipócrita que necesitaba tener para sentir que valoraba la vida.  Ahora mi sorpresa real se da por tener conciencia de mi situación. Antes sabía que 'vivir' era un verbo constante y siempre pensé que 'morir' era el último verbo que podía conjugar en una persona, lejos de ser constante, era el verbo final. Pero ahora morir se convirtió en mi vivencia -¿Cuál es el antónimo de vivencia?-.

         No llegue a conocer a ningún San Pedro, no vi la luz, no fui al cielo, ni al infierno. Todavía no sé si me espera algo de eso. Me siento un vagabundo, camino sin que nadie me vea. Pero con diferencias sustanciales, no me miran ni de reojo, ni con lástima, ni con asco; directamente no me pueden ver. El primer día hablaba y gritaba, nadie me respondía; no sólo no me ven, tampoco me escuchan.

         Ahora empecé a reconocer otros como yo, ahí viviendo su muerte, pero no quise hablarle a ninguno, en parte me niego a pensar que estoy muerto. Algunos me miran mal, otros indiferente, algunos con intención de relacionarse. Pero yo sigo caminando sin entablar relación alguna. En la muerte no te importa quedar bien o ser cordial. 

         Que mal humor tenía el día de mi infarto, no recuerdo la razón, pero tenía una contractura que no se iba con nada. Que broncas que me agarraba por cualquier tontera.

         Al morir aparecí en una calle que desconozco, vengo caminando hace días para ver si llego a orientarme y poder ir a mi casa, saber que todos están bien. Y me preocupa, porque ya me estoy empezando a olvidar de algunas personas. De otras tengo bien claro el papel que ocupaban en mi vida, pero no recuerdo sus rostros. Parece que la muerte te brinda el beneficio de no extrañar o el vacío del olvido, quizás sea el entrenamiento para ser alguien nuevo o quizás sea remedio para no malvivir la muerte, no se.

         Quisiera llegar a casa rápido, aunque ya no viva más ahí -o 'muera' ahí-, necesito ver a mi familia antes de olvidarlos de por vida, o 'de por muerte'. Mi mujer triste  supongo, cocinando a los chicos, también tristes y el bebé sin entender mucho, recién tiene 3 meses. ¡Para! ¿Y si ya me olvidaron?, perdí la noción del tiempo. No sé si pasaron días o años. Por ahí ya sanaron su perdida, tampoco era el mejor padre del mundo como para que me lloren prolongadamente. ¿Y si ya hay otro?, ¿Otro viviendo en mi casa?, ¿Durmiendo en mi cama?

         No importa, pensar tanto me está haciendo olvidar de Tobías, mi hijo del medio. Ya está, voy a ir igual, necesito grabar sus rostros en mi retina de espíritu para poder llevarlos a mi tumba y sentir alivio, ¡oh no!, y ¿si me cremaron? Bueno no sé si tengo un nicho o soy ceniza, lo importante es no olvidarme de ellos. Todavía los recuerdo, pero ya olvidé tíos, primos y amigos, ¡uff! hace cuanto no me juntaba con los pibes. De mis viejos tengo una leve imagen de jóvenes, hace tanto no los visitaba.        

         Que mierda che, nunca me tiré en paracaídas. Y tantas horas metido en el laburo la puta madre, la cara de mi jefe la recuerdo        como un tatuaje en mi memoria de muerto.        

         ¿Por qué ahora vivir me suena incómodo? Morir es una acción que se ejecuta una sola vez y ya use mi verbo, pero no lo finalicé. Me pregunto si llegaré a la reencarnación, ¿reencarnare en animal, persona, en planta? si es planta, ¿qué flor quisiera ser? ¿Esto es vivir muriendo? creo que me tendría que haber preocupado más en morir viviendo.

         ¡Uy, me perdí! ¿Dónde estoy?, ¿Para qué estaba caminando? No sé adónde iba. Bueno ya me voy a acordar, no debe tener importancia, si total, ya estoy muerto.
        
Walterio…       

domingo, 15 de julio de 2018

AVENIDA BELGRANO


-¡NUNCA MÁS HAGAS ESO!, si cruzás y se te cae algo, seguís caminando, cuando el semáforo esté a tu favor podés volver a la calle y levantarlo-. Me sentí niño nuevamente recordando las palabras de mi viejo, aquella vez que el muñeco de Batman resbaló de mis manos y sin dudarlo frené para rescatarlo del malón de autos que se acercaba.
Esta vez, ya con veinte años, cruzaba Avenida Belgrano, iba apurado como la mayoría de la gente que camina un jueves al mediodía por la Capital Federal. La mañana había sido agitada y tenía las manos ocupadas con papeles de títulos aburridos.

Lo más motivante del día había sido ir al Estudio Jurídico Correa. Cada vez que entraba, ella me daba la bienvenida detrás de la recepción, una morocha de rulos en rebelión que me volvía loco. Me hablaba totalmente antipática, parecía de un eterno mal humor, y eso lejos de espantarme, me atrapaba. Sin embargo ese día me había hablado peor que de costumbre, decidí que la próxima vez que la viera debería ser seco, desinteresado y responderle con la misma moneda.
Quizás así, le resulte un poco más interesante y algún día logre un acercamiento.

Salí del estudio despistado, iba como quien dice En la mía, con la seriedad en el ceño pero concentrado en la remera primaveral que esa recepcionista lucía tan bien. Por otro lado internamente jugaba a cruzar pisando las rayas blancas de la senda peatonal, un TOC que me hace contar las columnas de luz que guían a los peatones en el asfalto gris.
Para llegar a la primera línea siempre tengo que pegar un saltito desde la vereda porque está lejos del cordón. Pasé las primeras cinco mientras los autos hacían fila al costado aguardando su señal verde. Cruzaba por esa esquina a diario y sabía que eran catorce los largos rectángulos que me separaban de la vereda del frente. 

La sexta columna estaba despintada y mi talón piso parte del fondo oscuro, lo que resulta terrible en esta pequeña obsesión, con esta tragedia en la séptima terminé pisando mal y se me torció el tobillo, logré estabilizarme sin caer pero los papeles terminaron todos desparramados por la avenida. Atiné por reflejos a agacharme y levantarlos, -¡Nunca más hagas eso!...- sonaba el recuerdo en mi cabeza.
El semáforo dio la señal de largada y los bocinazos no se hicieron esperar. -...Si se te cae algo, seguís caminando...-      Quedaron la mitad de los documentos por el suelo, los gritos de chóferes sin paciencia me apuntaron a la cabeza y decidí cruzar rápido, dejar pasar los autos y después volver. Caminando observé de reojo que la carpeta del Estudio Correa quedó a mitad de calle.

Llegué al otro lado. Mi dolor de responsabilidad se acrecentaba a cada auto que pisoteaba con sanguinaria indiscreción mis papeles en la avenida, algunas hojas volaron por los aires y otras las veía destruirse sin salvación. -¡Me van a echar de mi trabajo!- pensé -¿cómo puedo explicar que perdí documentos aburridos, pero importantes, por ir contando columnas de sendas peatonales por el mundo?-.      

Mientras esperaba, sentí que nunca un semáforo tardó tanto en volver al rojo. Con paso permitido regresé rápidamente a rescatar los pocos papeles que seguían vivos y levanté la carpeta, las hojas tenían marcas de ruedas y estaban atrofiadas.

Llegué a mi oficina. Mi jefe observó detenidamente los documentos y alardeó sobre su poder -¡Debería echarte! - dijo -Ahora vas de vuelta a ese estudio jurídico y pedís que te den una copia de todo.-
Iba a verla por segunda vez en un día, el accidente y el reto de mi jefe cobraron otro significado, era la oportunidad de iniciar la nueva estrategia.

Toqué timbre en el estudio esperando escuchar su voz por el parlante del portero pero extrañamente habló una voz vieja -¿Quién es?- y abrió la puerta. Era la abogada González, le comenté mi altercado y tímidamente pregunté por la recepcionista, de quien no sabía el nombre, y respondió –Ah, ¿Amanda? salió a hacer trámites, vas a tener que venir mañana para que ella te entregue copia de los papeles-.

Salí como un perdedor, no tenía los documentos y no pude terminar la tarde viendo a la mujer que le devolvería sentido a mi día.
Y una vez más, me encontré con Avenida Belgrano. Cabeza gacha pegué el saltito y comencé a cruzar sumando -Una columna, dos…-, levanté la mirada y para mi sorpresa venía cruzando ella, Amanda. Atónito quedé estático unos milisegundos, no sabía qué hacer, no quería saludarla, debía empezar mi estrategia, demostrar altura y desinterés por su maltrato.

Agaché la cabeza y seguí contando, tres, cuatro, -¡Nunca más hagas eso!...- los recuerdos volvían, levante la mirada y la observé otra vez, estaba hermosa, elegante y quedé sin respiro cuando entendí que sus pasos eran certeros como los míos. Sí, la recepcionista también tenía un TOC.

Miré admirado sus pies con efecto interno de Slow Motion y mi mundo se derrumbó, su Trastorno,  a diferencia del mío, consistía en NO pisar las líneas blancas. De esta manera nuestros caminos no se cruzarían jamás y quedé triste al comprender que ella no me correspondía. ¿Cómo podía proyectar  con alguien que pisa de lleno el asfalto sin pisar los rectángulos de luz? ¿Cómo cruzaríamos juntos cualquier calle si nuestros pasos eran esquivos?

Retomé el paso siguiendo la suma - cinco, seis, siete…- ahí la crucé, chocamos miradas y me sonrió como nunca lo hizo, había deseado eso desde que la vi por primera vez. Entonces, la miré con decepción, mostrando indiferencia, con desinterés, pero no por una estrategia de conquista sino por convicción, esa persona no tenía nada que ver conmigo.  

Walterio…