miércoles, 5 de junio de 2019

INVASIÓN MUTANTE DE LOS BICHITOS DEL DIOS LUZ


Fue una invasión que no pudimos detener. La casa entera estaba usurpada y nuestros cuerpos picaban de solo ver el mundo que se armaba a nuestro alrededor. El viento y los 30 grados de calor armaron el clima perfecto para la masacre en el 5to piso de la calle Espinosa. Eran muchos, estaban sobre la televisión, volaban sobre el foco del living, veneraban la luz de la cocina y otros nos tapaban las pantallas de los celulares.

Clara preparaba una tarta mientras yo intentaban espantarlos. Primero comenzaron como leves molestias de verano, luego empezaron a regalar picaduras pequeñas que hacían de nuestras palmas un arma de guerra y toda la situación se fue de control cuando algunos comenzaron a comernos las carnes.  Sí, al correr los minutos estos bichos comenzaron a mutar, desarrollaron dientes, colmillos filosos que amenazaban con matarnos y quedarse con nuestra casa.
Venían desde el exterior y decidimos cerrar las ventanas para lanzar dentro del ambiente el insecticida. Intentamos así matarlos pero era demasiado tarde, el veneno parecía alimentarlos y hacerlos más fuertes y más grandes. Eran de esos bichitos que veneran la luz, de los cuales nunca supe el nombre, esos que parecen mosquitos pero más petisos y gordos. Estaban por el living, la cocina, el cuarto, toda la casa. Las paredes blancas se minaron de todos ellos y en un momento nuestro alrededor se pintó en grises por sus presencias. Nos desesperamos por intentar combatirlos pero no sabíamos cómo. El aire se hizo cada vez más espeso como se espesa el ambiente de un subte en hora pico.

La luz era su dios, se multiplicaban, el insecticida era un chiste mal contado y nuestros golpes a la nada poco podían hacer ante el imperio que se formaba.

¡Mirá eso!, me dijo Clara señalando la lámpara de la cocina. Y nos envolvimos en terror cuando descubrimos que los bichos comenzaron a evolucionar. Del costado del foco asomó uno de estos primos del mosquito pero con un tamaño semejante al de una paloma. Salimos rápidamente asustados y cerramos con llave la puerta de la cocina replegándonos al living. Desde el sillón nuestro gato Bob comenzó a alterarse y sus maullidos eran cada vez más intensos. Perdía territorio y movía sus patitas queriendo atrapar bichitos, se comía algunos y se quejaba de la picadura de otros. En su afán de cazador logró ponerse a otros muchos en su contra y comenzaron a picarlo de a cientos.

La situación era inmanejable y nos preguntábamos con mi mujer qué debíamos hacer, nunca habíamos vivido algo parecido. Ella empezó a llorar, yo también quería hacerlo pero esa estúpida demostración de hombría me lo impedía. ¿Qué hacemos? Gritó y yo estaba atónito sin responder ni poder resolver. Pensamos en pedir ayuda a los vecinos. Nos acercamos a la puerta de salida para ver si los del departamento B sabrían ayudarnos. Al momento de girar el picaporte escuchamos gritos en el exterior, reconocí la voz de Miriam, la vecina de al lado. Abrí rápido la puerta y la vimos en el piso, gritando desesperada, sus brazos extendidos y sus uñas aferradas al suelo queriendo escapar mientras de la cintura para abajo un enorme mutante mosco se la estaba comiendo, la sangre brotaba en destellos y nuestros rostros quedaron pálidos ante tremenda escena. Cerramos rápido la puerta y nos abrazamos fuerte, la mirada de la vecina pidiendo ayuda quedó en mi retina grabada como esas sombras fuertes de un sol de enero.

Nuestra casa seguía perdiendo territorio y no teníamos donde ir, entonces agarré el teléfono para llamar a la policía. Mi mujer me agarró fuerte del brazo, estábamos parados al lado del televisor y del otro lado del tubo la contestadora me informó que todos los operadores estaban con la línea ocupada. El llamado fallido pareció descorcharnos los oídos y nos percatamos que en el exterior las sirenas adornaban los sonidos en las calles. Se escuchaba una orquesta de policía, bomberos y de ambulancias acelerando por el barrio. Entendimos en ese momento que la ciudad toda estaba sufriendo la invasión.

Los bichitos pequeños nos seguían picando y uno gigante ya se había apoderado de la cocina. Bob maullaba y seguía luchando con miles. Desde abajo de la mesa un mutante inmenso nos sorprendió y saltó directo al sillón para el ataque. El gato sacó sus garras, mostró sus colmillos pero no tuvo chances, el bicho lo tomó del cuello y lo mató en el acto. Yo tomé la escoba como única arma letal que encontré a mí alcance y nos quedamos parados en el centro del living mientras veíamos como el monstruo se comía a nuestro felino. Mi esposa lloraba cada vez más fuerte por perder a Bob de manera tan trágica, y se armó para la batalla con un velador. Nos pusimos espalda con espalda como en película de Tarantino y nos cuidábamos la retaguardia.

El bicho se relamía en el sillón y yo no le quitaba los ojos de encima. Era asqueroso, sus alas eran cortas y su rostro como Alien, su boca pegajosa y mostraba unos dientes puntiagudos. Terminó de comer y nos empezó a observar mientras hacía un sonido de animal feroz que se prepara para atacar nuevamente. Estábamos muertos de miedo y sin salida.

¡Cuidado! Me grita Clara y observo por el techo otros tres bichos con tamaño de perros caniche que se acercan a paso sigiloso. Uno lideraba y los otros dos lo seguían por detrás como fieles gregarios. Nos medían, yo puse a la flaca por detrás de mí y con la escoba en la mano les apunté directo, amenazante y en posición de defensa. Yo vigilo estos tres, vos mira bien al del sillón, le dije.

El mutante solitario disfrutaba la escena como en primera fila y el líder del trío me miró directo a los ojos, puso gesto de vaquero del lejano oeste, replegó las patas y sin dudarlo se arrojó a nosotros. Llegué a golpearlo con la escoba como bate de baseball e impactó contra la biblioteca. Sin respiro, el segundo también saltó y se prendió con sus patas ásperas y astillosas de mi brazo. Sacudí fuertemente el codo y cayó a un costado. En el descuido de ese segundo golpe, fue que el tercero se abalanzó libre contra mi esposa, ella se cubrió y el mutante se prendió de sus ropas por la espalda, luchó con el velador pero sin poder quitarlo. El símil caniche sacó sus colmillos y la mordió. Pude ver en slow motion como su cara monstruosa disfrutaba la mordida y lanzaba una baba roja y espumosa por los costados de los colmillos. Reaccioné rápidamente y en un movimiento de espadachín medieval le di con la escoba para desprenderlo. El bicho quedó tonto en el suelo al costado del sillón. Había golpeado a los tres, estaban groguis pero ninguno había muerto.

Clara sangraba a través de sus prendas desgarradas. ¿Cómo estás, mi amor? Le pregunté. Me duele muchísimo.
Con la espalda sangrando se sentó en el suelo y me acomodé a su lado. Con el brazo izquierdo la sostuve y con el derecho sostenía mi escoba en posición de combate. Los insectos mutantes se recuperaron muy rápido y en alianza con el del sillón ahora estaban los cuatro hijos de la luz rodeándonos. Se pusieron en hilera y caminaban en círculos. Sacudía mi espada de palo y los mantenía alejados. No quiero morir así, dijo mi mujer. No vamos a morir así, le respondí. Y como una idea enviada del cielo lanzó su ocurrencia salvadora. ¡Apaguemos la luz!, Gritó desesperadamente, aman la luz, las lámparas, todo lo que brille, la luz es su Dios. Si la apagamos se van a ir, o por lo menos los alejaremos un poco.

La idea era lógica y esperanzadora. Estábamos tirados en el suelo y observé el interruptor en la pared que se encontraba a un metro de distancia. Seguía agitando mi espada para mantenerlos lejos mientras analizaba cómo llegar a bajar el switch para apagar la luz. Caí en la cuenta que podía alcanzarlo con la misma escoba. El movimiento debía ser rápido. Distraer a los bichos y apuntar directo a la tecla. Le dije a Clara que se quede en el suelo, me envalentoné y me puse de pie. Los caniches de luz movían las patitas y en un impulso llegué a pegarle con la escoba a uno y un patadón a otro. Estiré el brazo y con el palo de escoba golpeé el interruptor. Quedamos totalmente a oscuras y escuché como los monstros escapaban. Funcionó, pensé triunfante.

Me agaché al instante para socorrer a Clara y para mí gran sorpresa no estaba en el suelo. ¡Clara!, Grité y movía mis brazos para encontrarla en la oscuridad. ¿Dónde estás? Y no respondía. Los bichos parecían haber desaparecido y tuve terror que se hayan llevado a mi mujer. Prender la luz no era una opción, llamaría nuevamente a los mutantes. ¡Clara! ¿Dónde estás?. Caminaba ciego y con los brazos al frente. Hasta que escuché un fuerte gruñido y un dolor intenso de mordida me atrapó el antebrazo. Me sacudí y empecé a dar vueltas por el living tirando todo a mi alrededor pero los colmillos no me soltaban. Me acerqué al interruptor y decidí prender la luz nuevamente, apreté la tecla y ahí estaba Clara, prendida de mi brazo, con colmillos monstruosos y baba pegajosa cayendo por los costados. ¡Clara! Grité y un mareo repentino me hizo caer. No sé cuánto tiempo habré estado inconsciente pero el primer recuerdo que tengo, es despertar y estar aleteando alrededor de la lámpara de la cocina.        

WALTERIO SOSA
04/06/2019




lunes, 20 de mayo de 2019

Linfoma de Hodgkin, que buena banda (El día que me enteré que tenía Cáncer)

((Hace meses no actualizaba el BLOG y he aquí la razón, lo dejé olvidado por un tiempo pero nunca dejé de escribir. Y ahora quiero Compartir mi historia. Hoy 20-05-19 por suerte estoy recién curado y todo es felicidad, pero les comparto lo que escribí en los primeros momentos de conocer mi situación. Espero que les deje algo.))

10/12/2018
Linfoma de Hodgkin, que buena banda
(El día que me enteré que tenía Cáncer)

Me debatí internamente entre diversos títulos para este escrito, relato, o comunicado o catarsis, como quieran llamarlo. 
Barajé títulos como, -Eso que siempre le pasa a los demás- o -Doctor, este papel está mal-, como también pensé titularlo directamente con un llano: 
-La puta madre, TENGO CÁNCER-.

Entre tanto debate interno sobre el título de uno de los disparadores más difíciles de mi vida, elegí situarme en ese primer momento, esos minutos donde todo era incertidumbre y miedos por descubrir. Esos segundos donde no tenía ni la más puta idea de lo que significaba el diagnóstico, un diagnóstico que solo aparentaba una conjunción de esas palabras raras que suelen decir los doctores.
Cuando leí -Linfoma de Hodgkin-, lo primero, primerísimo que vino a mí cabeza fue -Que buen nombre para una banda de rock-, me preguntaba cómo no se le había ocurrido al pelado llamar a su banda: "El Indio Solari y los Linfomas de Hodgkin" o "Patricio Hodgkin y los linfocitos de Ricota". Claro está, que este era mi método de defensa para esquivar un diagnóstico que en realidad no sonaba para nada amistoso.

Esto ocurrió cuatro días después de mi cumpleaños número 30, el 05 de diciembre de 2018. Había llegado al centro de patología en bicicleta. Al darme el sobre la recepcionista quiso coquetear conmigo, como si el hecho de entregarme el resultado sobre una posible enfermedad le causara cierto morbo que yo sinceramente no lograba entender. Saliendo del lugar le cedí el paso a una señora que no se veía bien de salud, chocamos miradas, y noté que frenó un segundo para mirarme con cierta tristeza, y en ese momento tuve miedo por primera vez. 
Ya en la vereda, me quedé unos segundos petrificado en la puerta, me habían entregado los resultados, los tenía en la mano pero no los quería abrir. Para colmo, me los habían dado en un sobre plástico transparente, pero levantaba la mirada para ni siquiera ojearlos, en ese momento hacerme el ciego era la mejor prevención. Sin embargo, juro por mi vieja que apenas toqué el sobre supe que algo no andaba bien, no sé cómo explicarlo pero lo sentí, no me hizo falta leer nada, ni siquiera espiar atrás de esa transparencia plástica, fue como si la energía del sobre irradiara fiebre y mis manos se prendieran fuego. Aun así, me endurecí en la negación absoluta y decidí no abrirlo. 

Subí a mi bici y me fui, esquivo, queriendo convencerme que solo tuve una sensación equívoca, que todo estaba bien, que yo estaba bien. Anduve unas cuantas cuadras hasta que me armé de coraje y frené en un supermercado Chino, me compré una birra, cruce a una plaza en frente y la destapé. Quizás buscaba que el sol del atardecer, un espacio verde y una birra bien fría aplaquen cualquier sorpresa desconocida y me transmitan paz. Y así, con la justa prevención, pude abrir el sobre. El diagnóstico, como les adelanté, decía Linfoma de Hodgkin.

Luego de aquella primera ráfaga que fue mi reflexión musical, esa del  Indio Solari, atiné desesperadamente, como haría cualquiera, a buscar el término en Google. Pero justo en esos días había cambiado el celular y por alguna puta putísima razón del destino, en ese momento, no me funcionaba internet, como si mi teléfono me recomendara que no busque nada, que no cometa ese gravísimo error, -No busques pibe, si sabes que en la Web todo todo termina en muerte-. 

Pero insistí, insulté al aire y llamé a mi novia. -Flaca, Googleame esto- le dije. Tras unos segundos, el silencio fue fatal y el sollozo se comenzó a escuchar. -¿Qué pasa?- le pregunté, -lo que te sacaron es maligno mi amor- me respondió llorando. –No no, no puede ser, fíjate bien- le respondí. -Acá dice eso negro--no no, está mal mi amor, debe querer decir otra cosa…-, -¡Es un cáncer gordo!- me terminó interrumpiendo. Quería que reaccione, me dio un cachetazo telefónico y lo logró, pudo despertar a ese negador que siempre dice que todo está bien. Levanté la cabeza y me pareció ver todo en Blanco y Negro, como si el mundo me dijera que ya no era digno de ver colores.
En ese momento subí rapidísimo a la bicicleta,  intentaba evitar llorar a toda costa, siempre siempre fui el mismo idiota, como si llorar fuera un error, como si fuera una muestra de debilidad. Quizás por eso ahora toca preguntarme ¿cuánto cáncer tendré en el cuerpo por cada llanto que no quise largar?
Sin embargo, ese día mi cuerpo dijo No, me dijo basta de hacerte el pelotudo, y volví a casa, largando una lágrima por cada pedaleada.

De esto, ya paso casi un mes. El linfoma de Hodgkin es un cáncer en la sangre que se manifiesta a través de los ganglios linfáticos, en mi caso fue una inflamación en el cuello lo que alertó que algo no andaba bien.
Hoy, escribirlo es una manera de descargarme, me sirve para vomitarlo, para hablarle a mis seres queridos, y sobre todo para hablarme a mí.
Lloré y he puteado bastante, sin entender porque debo pasar por esto, porque me agarró a mí algo que siempre le pasa a los demás, esas cosas que me contaban del conocido de un conocido y que realmente lamentaba, pero que lamentaba con ese formalismo en el que nunca llegas a ponerte en el lugar del otro. Qué se yo, en algún momento el cuerpo suele pedir atención, la vejez acostumbra advertir que necesitas aceitar algún tornillo, ajustar tu dieta, dejar de fumar, dejar la sal o quizás te puede agarrar algo más grave. Pero en la juventud, uno se siente indestructible, considera que la salud es cosa de viejos o de gente que nació con fallas. Y hoy, con 30 años, el fallado soy yo. Soy prisionero de esa otredad, soy ese conocido del conocido y algún otro viejo del montón.
Por suerte, ya estoy más informado y veo que el termino Cáncer suena mucho más fuerte para un tercero que para el que lo está viviendo. Entiendo que cáncer no es sinónimo de muerte y de cabezas peladas, por eso agarro la palabra en todo momento e intento faltarle el respeto, incluso con humor, quitarle peso, hacerla mía y decirle “tu carga nefasta me chupa un huevo”.
Y pongo mi atención en disfrutar que no me duele nada, que no tengo síntomas, que me siento sano, por más que no lo esté, y más fuerte que nunca.
En poco comenzará la quimioterapia, y la nombro con todas las letras porque aún no me la presentaron y no entré en confianza como para tutearla y decirle simplemente “quimio”. Sé que muchas veces se sufre, pero la pienso pasar con la positividad que me caracteriza y que no tengo porque cambiar.
Hoy me toca aprender, aprender sobre la enfermedad, aprender a ser paciente, aprender a llorar, aprender a cuidarme, aprender a que los demás aprendan, quizás aprender a ver como se me cae el pelo, aprender a luchar y sobretodo aprender a curarme.

¿Creen que tengo miedo? Obvio, pero ese miedo que sirve de precaución, de acción y que demuestra el valor que le doy a la vida, entendiendo que, por más cliché que suene, hay que disfrutarla. Porque quiero seguir con mi banda de rock y poder grabar un disco, seguir cantando en el living mientras los gatos maúllan, seguir tomando birras y reírme con amigos, comer asados interminables con la familia, seguir escribiendo cuentos y poder editar un libro, seguir entrenando para llegar a correr una maratón, concretar con mi flaca ese viaje tan soñado y comernos el mundo, y seguir a su lado para formar una familia, tener hijos, abrazarlos fuerte y decirles “Acá está papá sano y fuerte para cuidarlos y verlos crecer”.
Les juro a mi familia y a mis amigos, que en un año vamos a estar celebrando por haber expulsado esta mierda, porque no hay lugar para caerse y no hay tiempo para claudicar.

UNA VISTA DE MIRADAS

Nos sentamos enfrentados y nos miramos. Nos miramos fuerte, era de esas miradas que parecen un abrazo o el deseo desesperado de uno. El bar estaba lleno y por alguna extraña razón nos destacabamos entre todas las mesas. La misma razón por la que la gente sin permiso ni disimulo nos comenzó a mirar. Miraban mientras nos mirábamos. Nos miraban y sus ojos caían sobre nuestros hombros pero no nos pesaba. Sin dejar de mirarme me preguntaste, por qué los demás nos miran. Porque desearían poder mirar así.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

MIS VIEJOS PIENSAN QUE SOY ALCOHÓLICO Y DROGADICTO (LA PELEA DEL SIGLO)


La cena estaba incomodísima, algo malo había ocurrido y no sabía qué, mis viejos habían entrado a mi casa con una cara de culo tajante, de esas caras de culo que señalan culpa, que te hacen poner nervioso. Ya soy un boludo grande, pero me hicieron sentir como un niño travieso que buscaba en mi cabeza desesperadamente la cagada de la que fuese culpable, el crimen que era causa de su enojo y cuál sería la solución para poder remediarlo.

Mi madre se sentó a la izquierda de mi padre con una expresión de enojo y tristeza, mi hermana Fernanda había llegado más temprano y estaba sentada a mi derecha del otro lado de la mesa.  Estábamos enfrentados, Padres Vs Hijos, el mantel de colores chillones se opacaba y sus dibujos abstractos proponían un terreno sinuoso para una batalla que esperaba el primer golpe.

En medio de un silencio agobiante serví el matambre a la pizza y mi rol de chef esperaba el clásico -mmm que rico papi- de mi vieja, pero n­unca llegó, nadie en la mesa dijo nada de mi matambre a la pizza. Comencé a ponerme nervioso, a desesperarme, a querer que la cena termine, intentaba sacar charla, hablar de lo mal que venía jugando San Lorenzo, de las pésimas políticas del gobierno de turno, de series, de todo, pero las respuestas monosilábicas eran sepulcrales y mi incertidumbre se enmarañaba como rulos maltratados.

Hasta que sin reparo mi viejo dio el primer golpe -y pegó fuerte-:

-Estamos indignados, preocupados, vos y tu hermana son dos borrachos, además, ¡Sé que vos te drogas!

¡Wow! un golpe muy fuerte y desconcertador, mi cerebro tardó unos segundos en reaccionar ante las fuertes acusaciones -y juro que esta tardanza nada tenía que ver con la droga-. Siguió;

-Sé que el otro día cuando te deje con tu novia, en realidad ibas a comprar droga.

Me dijo con los ojos llorosos envueltos en decepción. Y yo me sorprendí, realmente no sabía que mi novia vendía merca.
-Sé que viajaste a Ámsterdam solo para drogarte…-
No quiero ni siquiera imaginar lo que habrá pensado cuando de pibe me fui a conocer Colombia.
Y culminó:
 -Yo vi como terminan los que arrancan como ustedes, alcohólicos y drogadictos sin futuro.-

Mi título de licenciado y mi trabajo estable se retorcían en un cajón sufriendo sobre la alerta roja de mi futuro. Mi hermana, a punto de recibirse de psicopedagoga y trabajando en un colegio ayudando a chicos discapacitados, empezó a dudar sobre su camino, se acababa de enterar que no iba a servir de nada, que sin importar lo que hiciese, estaba destinada a terminar tirada en algún callejón fumando paco.
Mi vieja, como testigo clave de nuestros crímenes, movía la cabeza asintiendo las palabras de mi padre, y yo trataba de centrarme en mis respuestas. Mi hermana comenzaba a llorar indignada y yo tragaba saliva para no explotar en rabia.

Cerré los ojos levemente, como buscando calma hacia mis adentros, respire y, antes de hablar, cuando me preparaba para devolver con un golpe, mi viejo quiso asegurarse el knock-out y con un gancho de izquierda concluyó:

–Si no les gusta lo que les digo, no me importa, yo lo digo por su bien, si quieren se pueden ir y no hablarme nunca más.-

Desde la lona veía todo borroso, mi entrenador me gritaba desde la esquina del ring y entre los silbidos de la multitud me levanté muy despacio con las piernas temblorosas, mientras el árbitro contaba y ya había llegado al número siete. Maduraba el KO pero la campana me salvó de una derrota segura.

Entré al siguiente round todo golpeado, mascullaba palabras y salivaba sangre, hasta que empecé a escupir mi defensa, defensa firme y propia de un acusado que fue arremetido con saña por el abogado querellante.
No quiero aburrir al dar detalle de cada uno de mis golpes, pero les aseguro que llegamos a completar los 12 rounds y gané la pelea por superioridad de puntos. Un relator del Boxeo argentino, se enteró del hecho y se dedicó la jornada siguiente a escribir una columna periodística dando un resumen sobre la pelea, por lo que me resulta más entretenido compartirles dicha nota:

----------------------------------------------------------
LA PELEA DEL SIGLO
El barbudo Cuentito ‘Hijo’ Veloz, fue un auténtico crucigrama para el experimentado        Cuento “Padre” Veloz, en Bernal la noche de este sábado, donde la escuela nueva del   boxeo dio el batacazo ante la vieja escuela del Padre Veloz y le alcanzó ante los jueces para hacerse del campeonato Pesos Pasados de la Asociación Mundial de Boxeo.
        Padre Veloz no pudo llevar al ring el favoritismo que le daban las apuestas y se vio   sorprendido en más de una ocasión ante los fuertes golpes del Hijo, lo que en un comienzo aparentó una pelea fácil para el canoso terminó siendo un problema que lo dejó expuesto ante el claro cambio de tiempos en las costumbres del presente.
        “Dejé bien claro que tomar una birra, no me hace un borracho y fumar un porro no me hace drogadicto”, dijo “Cuentito” al finalizar la pelea, mientras prendía un pucho y        destapaba una Heineken para festejar. “Arranqué la pelea recibiendo golpes fuertes,  pero pudo entender que los tiempos cambian y que no soy lo que él piensa”, añadió en respuesta a las preguntas del periodista.
         En la pelea, “Cuento” en efecto fue al frente y trató de lastimar a “Hijo” con su gancho de izquierda al rostro y también a las zonas blandas; sin embargo, recibió severas combinaciones de Cuentito con frases como “Quiero que sepas que Ámsterdam es una         ciudad hermosa, donde obvio        que fume porro, pero también lo puedo fumar acá en Buenos Aires”.
        En el quinto round, un corte en el párpado izquierdo del Cuento le dio confianza a Cuentito, quien fue a presionar incluso más fuerte, “Los tiempos cambiaron, y creo que deberían centrarse en la tranquilidad de que sus hijos están armando un lindo camino, antes que ver si tomamos una cerveza o fumamos un porro, no pretendo que ustedes cambien sus pensamientos, pero sí que nos respeten y sepan que estamos bien y no dependemos del alcohol ni las drogas para estarlo”
        El Duodécimo round fue decisivo, la firmeza de “Cuentito” dio vuelta la mirada de los espectadores que en principio abucheaban al joven y finalizando la batalla comenzaron a aplaudirlo. Los últimos golpes fueron letales y en un cross de izquierda Hijo aseveró, “Si crees que tenemos problemas con el alcohol y las drogas, el enojo y la reprimenda no es una manera correcta de ayudar a quien crees que está enfermo o que la está pasando mal”.
        La batalla fue digna de puntos altos de rating en los mejores canales de deportes, sin   embargo una vez finalizada la pelea, los contrincantes demostraron que esto es solo una metáfora paradójica del deporte, en la que nadie pierde y donde la familia triunfa. Sonó el campanazo final y se fundieron en un abrazo dejando en claro que las diferencias son muchas pero que el afecto es el mismo.

La familia Sports
----------------------------------------------------------

Mis viejos tenían una historia en la cabeza que convertía a mi hermana en una ebria y próxima drogadicta, y a mí en el Pablo Escobar de La Boca. Todo por no hablar, por no preguntar, por dejarse guiar por las redes, por publicaciones de una cerveza en un bar o frases tontas sobre la marihuana. Quizá     creían que tomaba whisky a las ocho de la mañana de un martes, o que desayunaba con merca. Pero quitando todo tipo de conjetura, si bien considero que no se utilizaron las formas adecuadas para tratar el tema, primero debo destacar la Valentía de mis padres por plantear tal fuerte preocupación, y segundo logro entender que lo profundo y cierto es que tienen Miedo. Ese miedo eterno que debe ser tener un hijo, un miedo que solo sienten los padres cuando ven a sus hijos crecer, miedo a que sufran o a perderlos. Hoy no soy padre, pero algún día espero serlo, y si bien no me alarmará que mis hijos fumen porro o tomen cerveza, seguramente en el mañana chocará mi generación con la de ellos y quizá también piense que se equivocan y allí, en ese preciso momento, me daré cuenta que mi escuela ya es vieja.

@Cuento_Veloz

martes, 30 de octubre de 2018

PRETENDO SER EL TATARANIETO SEGUNDO DE ALGÚN VECINO DE BORGES

Mostrando Pretendo ser el tatara...

Estuve pensando seriamente las palabras que debería utilizar para parecer un gran escritor. ¿Cuáles son esas definiciones que me harían pasar por culto y de esta manera evitar que la gente descubra que en realidad soy un pelotudo?

A todos nos ha pasado de leer libros que invitan a agarrar un diccionario para poder entenderlos. Obviamente no reniego de eso, ayudan a culturizar, pero confieso que me niego un poco a perder esa escuela que me enseñó "el coso que va dentro del cosito y te hace sentir cosas que ningún otro coso te hizo sentir antes".

Tengo redes sociales y también un blog -no sé si este último cataloga de red social- donde publico frases y cuentos, y la realidad es que no me considero un escritor. Solo tengo ideas que me gusta plasmar en letras de la manera que salgan, bien o mal.

Supongo que muchos ya me descubrieron, pero puedo ver qué otros aún no y siguen leyendo mis farsas.
Por lo tanto, para seguirlos engañando, enumeré una serie de palabras que me parecen vitales para poder aparentar y pretender ser el tataranieto segundo de un vecino de Borges. Esto lo realizaré a riesgo de nombrar ciertas palabras que al lector le resulten tan obvias que me dejen a mí en un papel de bruto, líder de algún club de fans de la ignorancia.

Ahí va el listado:
- Efímero, la mayoría sabe que significa pero de chico al escuchar los redondos me parecía una palabra difícil.
- Hastío, esta palabra me suena a iglesia, no se porque.
- Lienzo, pero 'Lienzo" cuando se usa metafóricamente, como "Esa noche dibuje besos sobre el lienzo de tu piel" (guau alto escritor).
- La palabra Converger, que la podría escuchar tranquilamente como una marca de desinfectante.
- Anaqueles, esta me suena a dentadura, "me duele el que está entre el colmillo y el premolar, el anaquel."
- Bienquisto, que debe ser un quiste que no es maligno.
- Engullir, situado en alguna ciudad de Francia, en Gullir.
- Morigerado, esta la usaría como un insulto, "¡concha tu madre morigerado del orto!".
- Gregario, ideal para apellido de algún vecino viejo, "Don Gregario"
- Mi palabra favorita, Rocambolesco. La decís en un evento y quedas tan nerd que podés excitar a Paenza.
- Execrable, conversación catalana "ese cable, ¿Cuál? ¡Exe!"
- Y por último Eximio, que por lo que averigüe no se refiere a alguien que antes era un mono.

Basta, suficientes términos por hoy, podría seguir con muchas tantas otras palabras pero no quiero aburrir. Ahora, el objetivo sería escribir una historia aplicando estas palabras para recibirme finalmente de un escritor culto y dificultoso.

Pero la realidad, es que seguramente fracase en el intento y siga siendo el mismo escritor mediocre que estás leyendo, este escritor que roba palabras del diccionario y se burla de su fonética.

Sin embargo, aunque no pretendo salir impoluto de estas confesiones de pecador culposo, prefiero anteponer la valentía por delante de los términos y seguir escribiendo aunque a muchos no les interese, escribiré por gusto, por disfrute y por descaro.

Hay que animarse, si no nos animamos quedamos siempre en la puerta del placer, con ganas de entrar pero creyendo que esa casa no nos pertenece. Yo tampoco sé si este es mi hogar, pero estoy convencido que siempre hay un sillón en el living de nuestro amor que nos hará un lugarcito para tomar mate amargo con biscochitos.

@Cuento_Veloz

lunes, 22 de octubre de 2018

La caída de Goliat desde una azotea de Madrid




Estábamos en la azotea del edificio del círculo de Bellas Artes, en Madrid -digo "azotea" para situarnos en España, en Bernal Oeste le decimos "terraza"- teníamos la ciudad a nuestros pies y el sol como amo y sirviente se reposaba por detrás del edificio Metrópolis en un atardecer sin disfraces.

Nos creíamos inmensos, o al menos yo lo creía, mirábamos el atardecer a la altura de la estrella madre, como siendo partes del cielo y con ganas de convertir una nube en un sillón donde tomar cerveza acompañada de jamón ibérico. Nos sentíamos poderosos, o al menos yo lo sentía, en la cima del mundo, y Madrid entero comenzaba a iluminarse, preparándose para vivir la noche sin saber que nosotros éramos sus nuevos dueños.

Entre la gente que sacaba fotos y tomaba tragos caros, nos miramos y nos drogamos con un momento adictivo de grandeza, observamos a nuestro alrededor una ciudad caótica que nos recordó a Avenida Corrientes y sin pactarlo decidimos callar por algunos minutos, solo para admirar el momento y el paisaje de cemento herrado.  

Recuerdo que me miraste y abrazándome dijiste;
-Que lindo sería volar, iría aún más arriba para poder observar España entera o incluso toda Europa.
-No sé, yo ahora ya me siento gigante.- te respondí
- No no, no es para sentirse gigante, es para poder dar cuenta de lo chiquitos que somos.     

Siempre tus palabras son más sabías que las mías, y seguiste.
- ¿No te das cuenta? Mirá allá abajo, estamos en un piso 11 y no llegamos a distinguir la cara de la gente que cruza ese semáforo, no sabemos si las bolsas que llevan son de un local de ropa o de zapatos, no llego a ver si van sonriendo o están enojados. Sabés que no veo muy bien pero sí puedo distinguir dimensiones. Y esto no es sentirse grande, esto es darse cuenta desde un piso 11 que no somos nada, que si aparece un gigante de verdad puede pisarnos como hormigas.

Yo me quedé en silencio, me sentía un imbécil, un arrogante. Está bien, nosotros no éramos gigantes pero tus palabras sí, y mi circunstancia de estar con vos también.
Bajamos y ya era de noche, cruzamos la Avenida Gran Vía y frenaste a mitad de vereda mientras la marea de gente nos esquivaba.
-Mirá- me dijiste y señalaste hacia arriba- recién estábamos allá, decime si ahora te sentís gigante.  
                                               @Cuento_Veloz


jueves, 18 de octubre de 2018

EL SECRETO DE INDIO, EL GATO QUE TODOS CREEN LOCO


Llegué después de las 20 horas y apenas crucé la puerta estaba ahí como siempre, parado sobre la mesa ratona del living esperándome con su pelo negro y blanco brillando en remolinos y su manchita particular en la nariz. Me miró y maulló como reclamante, como diciendo ' hoy tardaste mucho'. El otro gato rubio casi nunca viene a recibirme, es que mucho no me quiere, pero con Indio tenemos una conexión especial.    

Lo saludé como todos los días y al agacharme hacia él sentí que quería abrazarme, que necesitaba un amigo en quien descargar inquietudes o tristezas. Entendí que tuvo un mal día, que quizás necesitaba relajar, que me esperaba para charlar, para refregarse y llenar de pelos mi pantalón color negro aburrido. Porque por más de que tenga hogar, cariño y comida de pelotitas balanceadas, indio puede tener días malos.

Los gatos son independientes -dicen- pero  Indio no, él reclama amor constantemente y se enoja si no lo recibe. Todas las noches, entre las 4 y las 5 de la madrugada, comienza a llorar, mientras se trepa a los muebles y comienza a tirar de a uno todos los suvenires y recuerdos de cerámica que encuentra a su paso, busca de esta manera que la flaca y yo nos despertemos para darle su dosis de caricias nocturnas o lo invitemos a la cama para dormir pegado a nosotros, abrazándonos con su patita peluda como si fuera un humano que cucharea a su acompañante.  

Suele ponerse nervioso y en un descuido te puede arañar escapando con mirada de enojo pero sin odio, como diciendo 'no me toques más pero tampoco me hagas caso'. O quizás en medio de caricias te toma por sorpresa y te muerde, muerde fuerte, lastimando con sus colmillos filosos faltos de lauchas de pastizal.
Al ver mis brazos con esas marcas felinas, nuestros amigos dicen que es un gato malo, un gato loco. Pero yo no me canso de repetirles que no lo entienden, no comprenden la histeria que le agarra entre el disfrute de las caricias y las ganas de rasgarte y comerte mientras lo acaricias, es algo que su instinto no puede manejar, algo que estoy convencidísimo que él no quiere hacer pero no puede evitarlo.

Mi día tampoco había sido bueno pero el de Indio parecía haber sido peor. Lo vi diferente, desesperado como si fueran las 4 de la madrugada y el horario de mimos estuviera latente.  Siguió maullando y entendí sus reclamos, se quejaba porque dejé cerrado el ventanal del balcón, 'miau, no pude salir a tomar aire en todo el día'. También estaba enojado porque mi mujer cerró la puerta del baño, 'miau miau, sabes que me gusta tomar agua de la gotera de la bañera'. Y además había quedado la cama deshecha, 'miau miau miau, no logro descansar bien si no dejo todos mis cabellos sobre el acolchado nuevo'. Al parecer, todos esos problemas le generaron un estrés gatuno que necesitaba ser calmado con la mano de un amigo acariciando su barbilla.

Entre quejas y exigencias descubrí que Indio necesitaba contarme algo, algo que no podía seguir manteniendo en silencio. Me senté en el sillón y se recostó en mi regazo, puse mi mano sobre su lomo y me miró a los ojos, 'miau, estoy enojado con vos pero igual me hacés bien' me dijo. En ese momento lo sentí más amigo que nunca y menos animal que cualquier otro gato.        

Y siguió comunicándose, entre maullidos y movimientos de cola logré entender el secreto que Indio quería compartirme, un secreto que solo yo podía saber.      

Me contó con detalle, con suspenso y con un deseo de contención, que él no es un gato malo, que no está nada nada loco, que él en realidad, es una reencarnación.        
Mis ojos se pusieron como huevo duro ante la tremenda revelación. Y siguió con los detalles, contó que era la reencarnación de un hombre que murió años atrás y que aún hoy recuerda su vida anterior, que él fue persona y hoy se siente atrapado en un cuerpo de gato.       

Un gato que para sobrellevar mejor esta nueva vida y este nuevo cuerpo, encontró en mí un refugio, un cómplice, porque al mirarme fijo, me dijo que logra ver en mis ojos un reflejo de sí mismo.  Me afirmó que detecta más que nadie cuando tengo un día malo, que sabe cuánto me gustaría reclamar amor tirando todo por el piso al igual que lo hace él y que comprende mis nervios ante el cariño.  

Sabe más que nadie que deseo morder y comerme desaforadamente a quien más quiero para llamar su atención y decirle 'te muerdo porque te quiero tanto que te necesito dentro mío', que también necesito tomar aire en el balcón e hidratarme con agua de goteras, y que sin dudas necesito descansar con mis sábanas estiradas para soñar los recuerdos de mi vida anterior, esa vida donde yo era un gato y solo buscaba refregarme en el pantalón aburrido de mi amigo humano para transmitirle paz, y decirle, 'miau, mi día también fue una mierda, acariciame y yo te ronroneo, vas a ver qué te sentís mejor'.       

                                                                                     @Cuento_Veloz

lunes, 8 de octubre de 2018

EL VIEJO HIJO DE PUTA DE LA SORTIJA


Últimamente me quiero bajar, ya no me divierte esta calesita, vengo dando vueltas hace años y estoy cansado.  Desde un principio elegí el caballito pensando que quizás de esta manera me divertiría siempre, porque a medida que va en círculo también sube y baja, y además me gusta imaginar que relincha fuerte opacando a la Ferrari que tenemos al lado y haciéndose notar más que el avioncito que va delante.     

Cumplo el mismo horario todos los días, llego a la plaza, vengo hasta el centro, espero que el viejo Emilio prepare todo, y cuando comienza a sonar esa canción de mierda que ya la canto de memoria subo rápido a mi caballito, me agarro del caño gris y oxidado que le atraviesa el pecho quitandole la vida, y arranco la jornada. De lunes a viernes cumplo con la rutina de dar vueltas sobre el mismo eje.    

Soy consciente de que yo busqué esta calesita, quise subirme, creía que era lo mejor para mí, qué me iba a hacer grande, que era lo correcto. Todos lo hacían, entonces yo tenía que hacerlo e intentar ser mejor que Juancito que después de varios años logró llegar al león que de tan inmenso asusta, impone el respeto de Rey de la selva con esa expresión de rugidez siempre dura en su cara plástica. 

Mi caballito cada día se despinta más y yo lo acaricio para mimarlo, veo como pierde la lucidez de sus dientes, como el sol opacó el blanco de su pelo de arcilla y su cola resquebrajada pide ser tuneada para volver a creer.     

Cada tanto el viejo me deja agarrar la sortija y mi esperanza vuelve, mi emoción se despierta y siento que llegué a esta calesita para vivir ese momento.        
Pero hace poco descubrí que Emilio es un viejo hijo de puta, que cuando me ve con intención de bajarme me acerca un poco más la sortija y yo muerdo el anzuelo, agarro la argolla y río con esa risa de victorioso, creyendo que gané, que cagué al viejo. Entendí que cada vez que atrapo la sortija, es porque él quiere que la atrapé, necesita tenerme ahí, agarrado con la ilusión de una vuelta más, de seguir tieso en mi caballito porque es lo que merezco, porque es lo mejor para mí y para mi familia. 

Seguir en mi caballo es mi destino, bah hay aclarar algo, yo le digo caballo por costumbre, pero hace más o menos un año atrás, mientras me acomodaba para iniciar la primera vuelta, descubrí que en los costados algo me raspaba y di cuenta de que al caballito le faltaban partes. Le pregunté con insistencia a Emilio que había ocurrido ¿Qué le faltaba a ese lomo? Primero no me quiso contar hasta que un día desembuchó, me comentó que lo que faltaban eran las alas, que hace años el anterior niño que usaba ese asiento en un día de furia se enojó y se las arrancó escapando entre los árboles de la plaza, nunca más lo vieron y nunca más supieron de él. Así me enteré que mi caballito en realidad era un Pegaso que en una vuelta de bronca le habían arrancado las alas. 

Un Pegaso necesita volar e iluminar, ¿Qué hace acá? Sin alas y destinado a subir y bajar dando vueltas en sí mismo, con los mismos compañeros y el mismo viejo hijo de puta que lo explota cómo un engranaje más de esa absurda calesita, simulando entre todos la perfección, lo colorido de la vida y sin poder tocar el pasto ni sentir el viento en la cara. Quiero darle vida, ser el científico loco que despierta cual Frankenstein a un caballo de plástico que supo ser Pegaso e ir a buscar sus alas para volver a volar. Y golpear al viejo para quitarle la sortija riéndome en una victoria que no tiene fin, salir galopando entre los edificios, tomar impulso y volar, yo y mi Pegaso sintiéndonos vivos los dos, y libres.       
                                                                  @Cuento_Veloz


miércoles, 19 de septiembre de 2018

EL CHIRIMBOLO TELE TRANSPORTADOR

Fue en el invierno del 2008, el año anterior había comprado el chirimbolo ese que estaba de moda, ese que tiene un botón que cuando lo presionás te teletransporta automáticamente a tu casa.
Estaba buenísimo, salía del laburo, apretaba el cosito y ¡plaff!, como un cachetazo aparecía en el sillón de mi hogar. Terminaba una cena familiar, saludaba, metía la mano en el bolsillo en busca de mi artefacto, ponía el pulgar sobre el botón y listo, instantáneamente en mi casa. O quizás disfrutaba de unas cervezas con amigos, despreocupado por no tener que conducir ningún auto, saboreaba mi último trago, me despedía y una vez más, el chirimbolo me tele transportaba a mi hogar.
Era genial. En ese momento no muchos lo tenían, me había costado caro pero valía la pena, me ahorraba el cansancio de volver, no sufría el viaje, no vivía el estrés de un transporte público o del tráfico de la ciudad.

Estuve así un año entero, hasta que ese invierno salía de trabajar, estaba realmente agotado y desesperado por llegar a mi casa para descansar, busqué en mi bolsillo el chirimbolo tele transportador, lo saqué y sin percatarme, un ladrón con una velocidad estrepitosa me lo arrebató de las manos y empezó a correr. Lo perseguí pero en tan solo media cuadra me cansé, claro, en el último año mis piernas casi no se habían ejercitado. Frené y me apoyé sobre mis rodillas buscando a bocanadas recuperar el aire perdido.

Traté de tranquilizarme y ahí comenzó el verdadero problema, no recordaba cómo llegar a mi hogar. Lo había olvidado por completo, las contraindicaciones del manual de uso me lo habían advertido, pero nunca creí que tal cosa me fuera a pasar a mí.
Empecé a caminar y no sabía donde dirigirme, pasé por lugares que me resultaban familiares pero no sabía dónde estaba, caminé muchas cuadras a la nada, hasta que en una esquina, un vendedor de diarios me saludó como si me conociera de años. En principio fue un alivio inmenso, pero he aquí otro problema, yo... no lo recordaba.
-¿Qué hacés por acá Rober, tanto tiempo?- Me dijo con una sorpresa de alegre reencuentro.
Lo miré fijo y no sabía quién era, pero de manera extraña y  automática vino a mi cabeza el nombre José.
- ¡Hola José! Me acaban de robar el chirimbolo teletransportador y no recuerdo dónde vivo, me podrás indicar el camino a mi casa, por favor?-
Me miró fijo, pensó un momento y respondió;
- Es que no sé donde vivís, hasta hace un año pasabas por acá, comprabas el diario del sol y te ibas –

Mis esperanzas volvieron a cero. Decidí retroceder pensando en volver a la oficina para preguntar a algún compañero sobre el camino a casa o quizás buscar mi dirección en los registros laborales. Pero he aquí, un nuevo problema, retrocedí una cuadra y no supe cómo regresar, había andado tanto que tampoco sabía que calles me llevaban de vuelta a mi trabajo.
¿Qué hago?, Pensé. Me golpeaba la cabeza para intentar recordar y ninguna pista arribaba a mi cerebro, era como si alguien hubiera formateado en mi mente esa carpeta que contenía los mapas y hubiera eliminado todos los archivos. No podía ser posible que por un año de comodidad haya olvidado mi camino.
A las dos horas de deambular me detuve frente a un bar y noté que la gente me miraba raro, habrán notado que estaba perdido. Me senté a esperar, pedí un café pensando que en cualquier momento algún conocido debía pasar y me llevaría a casa o me mostraría el camino y me recordaría que nunca más use el chirimbolo. O quizás llegue la policía porque mi familia denunció mi desaparición y me encuentren ahí, tomando una merienda, llegarían y me dirían, -no podemos perder el tiempo con idiotas que no recuerdan su camino a casa, esos cosos transportadores nos están trayendo muchos problemas-.  
Esperé por horas, los conocidos no aparecieron y la policía tampoco, hasta que se hizo de noche y me echaron del bar. Iban a cerrar y no querían que un tipo perdido, revoleando preocupado una taza con vestigios de un café desolado, se quede a dormir bajo una mesa.

Y me encontré ahí, parado en la vereda sin saber que hacer. Por momentos podía verme de lejos, como si no fuera yo y viera a un loco perdido, sin entender, senil en la juventud y sin encontrar su camino, deseoso de eso que tanto anhela pero no sabe cómo obtener.

En ese momento, mientras seguía peleando contra el olvido, por el frente observé una mujer. Era alta, pelirroja y con pasos inciertos, con vestimenta deslucida en intenciones de moda bohemia,  hermosa, una mirada perdida y una desesperación desvelada. Me quedé atento, algo en su rostro me resultó muy familiar. Observé cómo frenó su marcha, puso su mochila por delante, la abrió y arrojó todas sus pertenencias al suelo. De cuclillas comenzó a hurgar entre sus cosas buscando algo a los manotazos, algo que necesitaba con urgencia.
Decidí cruzar, me acerqué en silencio y ella sintió mi presencia, se levantó frente a mí, nos miramos a los ojos, frunció el ceño como analizándome y con cierta empatía me preguntó;
-¿Vos también lo perdiste, no?-
-Sí-  le respondí con asombro.
-Creo que te conozco-  me dijo con una mueca.
-Creo que yo también te conozco- le respondí.
Se acercó muy suave y de repente una tranquilidad exorbitante me invadió el cuerpo, nos miramos fijo, me acarició el rostro y sin aviso, me besó.
Después de unos segundos eternos, despegamos nuestros labios, sonreímos cómplices, nos agarramos de la mano y volvimos a casa, juntos.

@Cuento_Veloz