Fue en el invierno del 2008, el año anterior
había comprado el chirimbolo ese que estaba de moda, ese que tiene un botón que
cuando lo presionás te teletransporta automáticamente a tu casa.
Estaba buenísimo, salía del laburo, apretaba el
cosito y ¡plaff!, como un cachetazo aparecía en el sillón de mi hogar.
Terminaba una cena familiar, saludaba, metía la mano en el bolsillo en busca de
mi artefacto, ponía el pulgar sobre el botón y listo, instantáneamente en mi
casa. O quizás disfrutaba de unas cervezas con amigos, despreocupado por no
tener que conducir ningún auto, saboreaba mi último trago, me despedía y una
vez más, el chirimbolo me tele transportaba a mi hogar.
Era genial. En ese momento no muchos lo tenían,
me había costado caro pero valía la pena, me ahorraba el cansancio de volver,
no sufría el viaje, no vivía el estrés de un transporte público o del tráfico
de la ciudad.
Estuve así un año entero, hasta que ese invierno salía
de trabajar, estaba realmente agotado y desesperado por llegar a mi casa para
descansar, busqué en mi bolsillo el chirimbolo tele transportador, lo saqué y
sin percatarme, un ladrón con una velocidad estrepitosa me lo arrebató de las
manos y empezó a correr. Lo perseguí pero en tan solo media cuadra me cansé,
claro, en el último año mis piernas casi no se habían ejercitado. Frené y me
apoyé sobre mis rodillas buscando a bocanadas recuperar el aire perdido.
Traté de tranquilizarme y ahí comenzó el verdadero
problema, no recordaba cómo llegar a mi hogar. Lo había olvidado por completo,
las contraindicaciones del manual de uso me lo habían advertido, pero nunca
creí que tal cosa me fuera a pasar a mí.
Empecé a caminar y no sabía donde dirigirme, pasé
por lugares que me resultaban familiares pero no sabía dónde estaba, caminé
muchas cuadras a la nada, hasta que en una esquina, un vendedor de diarios me
saludó como si me conociera de años. En principio fue un alivio inmenso, pero
he aquí otro problema, yo... no lo recordaba.
-¿Qué
hacés por acá Rober, tanto tiempo?- Me dijo con una sorpresa de alegre reencuentro.
Lo miré fijo y no sabía quién era, pero de manera
extraña y automática vino a mi cabeza el
nombre José.
- ¡Hola
José! Me acaban de robar el chirimbolo teletransportador y no recuerdo dónde
vivo, me podrás indicar el camino a mi casa, por favor?-
Me miró fijo, pensó un momento y respondió;
-
Es que no sé donde vivís, hasta hace un año pasabas por acá, comprabas el
diario del sol y te ibas –
Mis esperanzas volvieron a cero. Decidí
retroceder pensando en volver a la oficina para preguntar a algún compañero
sobre el camino a casa o quizás buscar mi dirección en los registros laborales.
Pero he aquí, un nuevo problema, retrocedí una cuadra y no supe cómo regresar,
había andado tanto que tampoco sabía que calles me llevaban de vuelta a mi
trabajo.
¿Qué
hago?, Pensé. Me
golpeaba la cabeza para intentar recordar y ninguna pista arribaba a mi
cerebro, era como si alguien hubiera formateado en mi mente esa carpeta que
contenía los mapas y hubiera eliminado todos los archivos. No podía ser posible
que por un año de comodidad haya olvidado mi camino.
A las dos horas de deambular me detuve frente a
un bar y noté que la gente me miraba raro, habrán notado que estaba perdido. Me
senté a esperar, pedí un café pensando que en cualquier momento algún conocido
debía pasar y me llevaría a casa o me mostraría el camino y me recordaría que
nunca más use el chirimbolo. O quizás llegue la policía porque mi familia
denunció mi desaparición y me encuentren ahí, tomando una merienda, llegarían y
me dirían, -no podemos perder el tiempo
con idiotas que no recuerdan su camino a casa, esos cosos transportadores nos
están trayendo muchos problemas-.
Esperé por horas, los conocidos no aparecieron y
la policía tampoco, hasta que se hizo de noche y me echaron del bar. Iban a
cerrar y no querían que un tipo perdido, revoleando preocupado una taza con
vestigios de un café desolado, se quede a dormir bajo una mesa.
Y me encontré ahí, parado en la vereda sin saber
que hacer. Por momentos podía verme de lejos, como si no fuera yo y viera a un
loco perdido, sin entender, senil en la juventud y sin encontrar su camino, deseoso
de eso que tanto anhela pero no sabe cómo obtener.
En ese momento, mientras seguía peleando contra
el olvido, por el frente observé una mujer. Era alta, pelirroja y con pasos
inciertos, con vestimenta deslucida en intenciones de moda bohemia, hermosa, una mirada perdida y una
desesperación desvelada. Me quedé atento, algo en su rostro me resultó muy
familiar. Observé cómo frenó su marcha, puso su mochila por delante, la abrió y
arrojó todas sus pertenencias al suelo. De cuclillas comenzó a hurgar entre sus
cosas buscando algo a los manotazos, algo que necesitaba con urgencia.
Decidí cruzar, me acerqué en silencio y ella sintió
mi presencia, se levantó frente a mí, nos miramos a los ojos, frunció el ceño
como analizándome y con cierta empatía me preguntó;
-¿Vos
también lo perdiste, no?-
-Sí- le
respondí con asombro.
-Creo
que te conozco- me dijo con una mueca.
-Creo
que yo también te conozco-
le respondí.
Se acercó muy suave y de repente una tranquilidad
exorbitante me invadió el cuerpo, nos miramos fijo, me acarició el rostro y sin
aviso, me besó.
Después de unos segundos eternos, despegamos
nuestros labios, sonreímos cómplices, nos agarramos de la mano y volvimos a
casa, juntos.
@Cuento_Veloz