miércoles, 19 de septiembre de 2018

EL CHIRIMBOLO TELE TRANSPORTADOR

Fue en el invierno del 2008, el año anterior había comprado el chirimbolo ese que estaba de moda, ese que tiene un botón que cuando lo presionás te teletransporta automáticamente a tu casa.
Estaba buenísimo, salía del laburo, apretaba el cosito y ¡plaff!, como un cachetazo aparecía en el sillón de mi hogar. Terminaba una cena familiar, saludaba, metía la mano en el bolsillo en busca de mi artefacto, ponía el pulgar sobre el botón y listo, instantáneamente en mi casa. O quizás disfrutaba de unas cervezas con amigos, despreocupado por no tener que conducir ningún auto, saboreaba mi último trago, me despedía y una vez más, el chirimbolo me tele transportaba a mi hogar.
Era genial. En ese momento no muchos lo tenían, me había costado caro pero valía la pena, me ahorraba el cansancio de volver, no sufría el viaje, no vivía el estrés de un transporte público o del tráfico de la ciudad.

Estuve así un año entero, hasta que ese invierno salía de trabajar, estaba realmente agotado y desesperado por llegar a mi casa para descansar, busqué en mi bolsillo el chirimbolo tele transportador, lo saqué y sin percatarme, un ladrón con una velocidad estrepitosa me lo arrebató de las manos y empezó a correr. Lo perseguí pero en tan solo media cuadra me cansé, claro, en el último año mis piernas casi no se habían ejercitado. Frené y me apoyé sobre mis rodillas buscando a bocanadas recuperar el aire perdido.

Traté de tranquilizarme y ahí comenzó el verdadero problema, no recordaba cómo llegar a mi hogar. Lo había olvidado por completo, las contraindicaciones del manual de uso me lo habían advertido, pero nunca creí que tal cosa me fuera a pasar a mí.
Empecé a caminar y no sabía donde dirigirme, pasé por lugares que me resultaban familiares pero no sabía dónde estaba, caminé muchas cuadras a la nada, hasta que en una esquina, un vendedor de diarios me saludó como si me conociera de años. En principio fue un alivio inmenso, pero he aquí otro problema, yo... no lo recordaba.
-¿Qué hacés por acá Rober, tanto tiempo?- Me dijo con una sorpresa de alegre reencuentro.
Lo miré fijo y no sabía quién era, pero de manera extraña y  automática vino a mi cabeza el nombre José.
- ¡Hola José! Me acaban de robar el chirimbolo teletransportador y no recuerdo dónde vivo, me podrás indicar el camino a mi casa, por favor?-
Me miró fijo, pensó un momento y respondió;
- Es que no sé donde vivís, hasta hace un año pasabas por acá, comprabas el diario del sol y te ibas –

Mis esperanzas volvieron a cero. Decidí retroceder pensando en volver a la oficina para preguntar a algún compañero sobre el camino a casa o quizás buscar mi dirección en los registros laborales. Pero he aquí, un nuevo problema, retrocedí una cuadra y no supe cómo regresar, había andado tanto que tampoco sabía que calles me llevaban de vuelta a mi trabajo.
¿Qué hago?, Pensé. Me golpeaba la cabeza para intentar recordar y ninguna pista arribaba a mi cerebro, era como si alguien hubiera formateado en mi mente esa carpeta que contenía los mapas y hubiera eliminado todos los archivos. No podía ser posible que por un año de comodidad haya olvidado mi camino.
A las dos horas de deambular me detuve frente a un bar y noté que la gente me miraba raro, habrán notado que estaba perdido. Me senté a esperar, pedí un café pensando que en cualquier momento algún conocido debía pasar y me llevaría a casa o me mostraría el camino y me recordaría que nunca más use el chirimbolo. O quizás llegue la policía porque mi familia denunció mi desaparición y me encuentren ahí, tomando una merienda, llegarían y me dirían, -no podemos perder el tiempo con idiotas que no recuerdan su camino a casa, esos cosos transportadores nos están trayendo muchos problemas-.  
Esperé por horas, los conocidos no aparecieron y la policía tampoco, hasta que se hizo de noche y me echaron del bar. Iban a cerrar y no querían que un tipo perdido, revoleando preocupado una taza con vestigios de un café desolado, se quede a dormir bajo una mesa.

Y me encontré ahí, parado en la vereda sin saber que hacer. Por momentos podía verme de lejos, como si no fuera yo y viera a un loco perdido, sin entender, senil en la juventud y sin encontrar su camino, deseoso de eso que tanto anhela pero no sabe cómo obtener.

En ese momento, mientras seguía peleando contra el olvido, por el frente observé una mujer. Era alta, pelirroja y con pasos inciertos, con vestimenta deslucida en intenciones de moda bohemia,  hermosa, una mirada perdida y una desesperación desvelada. Me quedé atento, algo en su rostro me resultó muy familiar. Observé cómo frenó su marcha, puso su mochila por delante, la abrió y arrojó todas sus pertenencias al suelo. De cuclillas comenzó a hurgar entre sus cosas buscando algo a los manotazos, algo que necesitaba con urgencia.
Decidí cruzar, me acerqué en silencio y ella sintió mi presencia, se levantó frente a mí, nos miramos a los ojos, frunció el ceño como analizándome y con cierta empatía me preguntó;
-¿Vos también lo perdiste, no?-
-Sí-  le respondí con asombro.
-Creo que te conozco-  me dijo con una mueca.
-Creo que yo también te conozco- le respondí.
Se acercó muy suave y de repente una tranquilidad exorbitante me invadió el cuerpo, nos miramos fijo, me acarició el rostro y sin aviso, me besó.
Después de unos segundos eternos, despegamos nuestros labios, sonreímos cómplices, nos agarramos de la mano y volvimos a casa, juntos.

@Cuento_Veloz