10/12/2018
Linfoma de Hodgkin, que buena banda
(El día que me enteré que tenía Cáncer)
Me debatí
internamente entre diversos títulos para este escrito, relato, o comunicado o
catarsis, como quieran llamarlo.
Barajé títulos
como, -Eso que siempre le pasa a los demás- o -Doctor, este papel
está mal-, como también pensé titularlo directamente con un
llano:
-La puta madre, TENGO CÁNCER-.
Entre tanto
debate interno sobre el título de uno de los disparadores más difíciles de
mi vida, elegí situarme en ese primer momento, esos minutos donde todo era
incertidumbre y miedos por descubrir. Esos segundos donde no tenía ni la más
puta idea de lo que significaba el diagnóstico, un diagnóstico que solo aparentaba
una conjunción de esas palabras raras que suelen decir los doctores.
Cuando
leí -Linfoma de Hodgkin-, lo primero, primerísimo que vino a mí
cabeza fue -Que buen nombre para una banda de rock-, me preguntaba cómo
no se le había ocurrido al pelado llamar a su banda: "El Indio
Solari y los Linfomas de Hodgkin" o "Patricio
Hodgkin y los linfocitos de Ricota". Claro está, que este era mi
método de defensa para esquivar un diagnóstico que en realidad no sonaba para
nada amistoso.
Esto ocurrió
cuatro días después de mi cumpleaños número 30, el 05 de diciembre de 2018.
Había llegado al centro de patología en bicicleta. Al darme el sobre
la recepcionista quiso coquetear conmigo, como si el hecho de
entregarme el resultado sobre una posible enfermedad le causara cierto morbo
que yo sinceramente no lograba entender. Saliendo del lugar le cedí el paso a
una señora que no se veía bien de salud, chocamos miradas, y noté que
frenó un segundo para mirarme con cierta tristeza, y en ese momento tuve miedo
por primera vez.
Ya en la
vereda, me quedé unos segundos petrificado en la puerta, me habían entregado
los resultados, los tenía en la mano pero no los quería abrir. Para colmo, me
los habían dado en un sobre plástico transparente, pero levantaba la mirada
para ni siquiera ojearlos, en ese momento hacerme el ciego era la mejor
prevención. Sin embargo, juro por mi vieja que apenas toqué el sobre supe
que algo no andaba bien, no sé cómo explicarlo pero lo sentí, no me hizo falta
leer nada, ni siquiera espiar atrás de esa transparencia plástica, fue como si
la energía del sobre irradiara fiebre y mis manos se prendieran fuego. Aun así,
me endurecí en la negación absoluta y decidí no abrirlo.
Subí a mi
bici y me fui, esquivo, queriendo convencerme que solo tuve una sensación
equívoca, que todo estaba bien, que yo estaba bien. Anduve unas cuantas cuadras
hasta que me armé de coraje y frené en un supermercado Chino, me
compré una birra, cruce a una plaza en frente y la destapé. Quizás
buscaba que el sol del atardecer, un espacio verde y una birra bien fría
aplaquen cualquier sorpresa desconocida y me transmitan paz. Y así,
con la justa prevención, pude abrir el sobre. El diagnóstico, como
les adelanté, decía Linfoma de Hodgkin.
Luego de
aquella primera ráfaga que fue mi reflexión musical, esa del Indio Solari, atiné desesperadamente,
como haría cualquiera, a buscar el término en Google. Pero justo en esos días
había cambiado el celular y por alguna puta putísima razón del destino,
en ese momento, no me funcionaba internet, como si mi teléfono me recomendara
que no busque nada, que no cometa ese gravísimo error, -No
busques pibe, si sabes que en la Web todo todo termina en
muerte-.
Pero insistí,
insulté al aire y llamé a mi novia. -Flaca, Googleame esto- le
dije. Tras unos segundos, el silencio fue fatal y el sollozo se comenzó a
escuchar. -¿Qué pasa?- le pregunté, -lo que te sacaron es
maligno mi amor- me respondió llorando. –No no, no puede
ser, fíjate bien- le respondí. -Acá dice eso negro-, -no
no, está mal mi amor, debe querer decir otra cosa…-, -¡Es un cáncer gordo!- me
terminó interrumpiendo. Quería que reaccione, me dio un cachetazo telefónico y
lo logró, pudo despertar a ese negador que siempre dice que todo está
bien. Levanté la cabeza y me pareció ver todo en Blanco y Negro, como si
el mundo me dijera que ya no era digno de ver colores.
En ese momento
subí rapidísimo a la bicicleta,
intentaba evitar llorar a toda costa, siempre siempre fui el mismo
idiota, como si llorar fuera un error, como si fuera una muestra de debilidad.
Quizás por eso ahora toca preguntarme ¿cuánto cáncer tendré en el cuerpo por
cada llanto que no quise largar?
Sin embargo,
ese día mi cuerpo dijo No, me dijo basta de hacerte el pelotudo, y volví a
casa, largando una lágrima por cada pedaleada.
De esto, ya
paso casi un mes. El linfoma de Hodgkin es un cáncer en la sangre que se
manifiesta a través de los ganglios linfáticos, en mi caso fue una inflamación
en el cuello lo que alertó que algo no andaba bien.
Hoy, escribirlo
es una manera de descargarme, me sirve para vomitarlo, para hablarle a mis
seres queridos, y sobre todo para hablarme a mí.
Lloré y he
puteado bastante, sin entender porque debo pasar por esto, porque me agarró a
mí algo que siempre le pasa a los demás, esas cosas que me contaban del
conocido de un conocido y que realmente lamentaba, pero que lamentaba con ese
formalismo en el que nunca llegas a ponerte en el lugar del otro. Qué se yo, en
algún momento el cuerpo suele pedir atención, la vejez acostumbra advertir que
necesitas aceitar algún tornillo, ajustar tu dieta, dejar de fumar, dejar la
sal o quizás te puede agarrar algo más grave. Pero en la juventud, uno se
siente indestructible, considera que la salud es cosa de viejos o de gente que
nació con fallas. Y hoy, con 30 años, el fallado soy yo. Soy prisionero de
esa otredad, soy ese conocido del conocido y algún otro viejo del montón.
Por suerte, ya
estoy más informado y veo que el termino Cáncer suena mucho más fuerte para un
tercero que para el que lo está viviendo. Entiendo que cáncer no es
sinónimo de muerte y de cabezas peladas, por eso agarro la palabra en todo
momento e intento faltarle el respeto, incluso con humor, quitarle peso,
hacerla mía y decirle “tu carga nefasta me chupa un huevo”.
Y pongo mi
atención en disfrutar que no me duele nada, que no tengo síntomas, que me
siento sano, por más que no lo esté, y más fuerte que nunca.
En poco
comenzará la quimioterapia, y la nombro con todas las letras porque aún no me
la presentaron y no entré en confianza como para tutearla y decirle simplemente
“quimio”. Sé que muchas veces se
sufre, pero la pienso pasar con la positividad que me caracteriza y que no
tengo porque cambiar.
Hoy me toca
aprender, aprender sobre la enfermedad, aprender a ser paciente, aprender a
llorar, aprender a cuidarme, aprender a que los demás aprendan, quizás aprender
a ver como se me cae el pelo, aprender a luchar y sobretodo aprender a curarme.
¿Creen que
tengo miedo? Obvio, pero ese miedo que sirve de precaución, de acción y que
demuestra el valor que le doy a la vida, entendiendo que, por más cliché que
suene, hay que disfrutarla. Porque quiero seguir con mi banda de rock y poder
grabar un disco, seguir cantando en el living mientras los gatos maúllan,
seguir tomando birras y reírme con amigos, comer asados interminables con la
familia, seguir escribiendo cuentos y poder editar un libro, seguir entrenando
para llegar a correr una maratón, concretar con mi flaca ese viaje tan soñado y
comernos el mundo, y seguir a su lado para formar una familia, tener hijos,
abrazarlos fuerte y decirles “Acá está papá sano y fuerte para cuidarlos y
verlos crecer”.
Les juro
a mi familia y a mis amigos, que en un año vamos a estar celebrando por haber
expulsado esta mierda, porque no hay lugar para caerse y no hay tiempo para
claudicar.
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