lunes, 8 de octubre de 2018

EL VIEJO HIJO DE PUTA DE LA SORTIJA


Últimamente me quiero bajar, ya no me divierte esta calesita, vengo dando vueltas hace años y estoy cansado.  Desde un principio elegí el caballito pensando que quizás de esta manera me divertiría siempre, porque a medida que va en círculo también sube y baja, y además me gusta imaginar que relincha fuerte opacando a la Ferrari que tenemos al lado y haciéndose notar más que el avioncito que va delante.     

Cumplo el mismo horario todos los días, llego a la plaza, vengo hasta el centro, espero que el viejo Emilio prepare todo, y cuando comienza a sonar esa canción de mierda que ya la canto de memoria subo rápido a mi caballito, me agarro del caño gris y oxidado que le atraviesa el pecho quitandole la vida, y arranco la jornada. De lunes a viernes cumplo con la rutina de dar vueltas sobre el mismo eje.    

Soy consciente de que yo busqué esta calesita, quise subirme, creía que era lo mejor para mí, qué me iba a hacer grande, que era lo correcto. Todos lo hacían, entonces yo tenía que hacerlo e intentar ser mejor que Juancito que después de varios años logró llegar al león que de tan inmenso asusta, impone el respeto de Rey de la selva con esa expresión de rugidez siempre dura en su cara plástica. 

Mi caballito cada día se despinta más y yo lo acaricio para mimarlo, veo como pierde la lucidez de sus dientes, como el sol opacó el blanco de su pelo de arcilla y su cola resquebrajada pide ser tuneada para volver a creer.     

Cada tanto el viejo me deja agarrar la sortija y mi esperanza vuelve, mi emoción se despierta y siento que llegué a esta calesita para vivir ese momento.        
Pero hace poco descubrí que Emilio es un viejo hijo de puta, que cuando me ve con intención de bajarme me acerca un poco más la sortija y yo muerdo el anzuelo, agarro la argolla y río con esa risa de victorioso, creyendo que gané, que cagué al viejo. Entendí que cada vez que atrapo la sortija, es porque él quiere que la atrapé, necesita tenerme ahí, agarrado con la ilusión de una vuelta más, de seguir tieso en mi caballito porque es lo que merezco, porque es lo mejor para mí y para mi familia. 

Seguir en mi caballo es mi destino, bah hay aclarar algo, yo le digo caballo por costumbre, pero hace más o menos un año atrás, mientras me acomodaba para iniciar la primera vuelta, descubrí que en los costados algo me raspaba y di cuenta de que al caballito le faltaban partes. Le pregunté con insistencia a Emilio que había ocurrido ¿Qué le faltaba a ese lomo? Primero no me quiso contar hasta que un día desembuchó, me comentó que lo que faltaban eran las alas, que hace años el anterior niño que usaba ese asiento en un día de furia se enojó y se las arrancó escapando entre los árboles de la plaza, nunca más lo vieron y nunca más supieron de él. Así me enteré que mi caballito en realidad era un Pegaso que en una vuelta de bronca le habían arrancado las alas. 

Un Pegaso necesita volar e iluminar, ¿Qué hace acá? Sin alas y destinado a subir y bajar dando vueltas en sí mismo, con los mismos compañeros y el mismo viejo hijo de puta que lo explota cómo un engranaje más de esa absurda calesita, simulando entre todos la perfección, lo colorido de la vida y sin poder tocar el pasto ni sentir el viento en la cara. Quiero darle vida, ser el científico loco que despierta cual Frankenstein a un caballo de plástico que supo ser Pegaso e ir a buscar sus alas para volver a volar. Y golpear al viejo para quitarle la sortija riéndome en una victoria que no tiene fin, salir galopando entre los edificios, tomar impulso y volar, yo y mi Pegaso sintiéndonos vivos los dos, y libres.       
                                                                  @Cuento_Veloz


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