jueves, 18 de octubre de 2018

EL SECRETO DE INDIO, EL GATO QUE TODOS CREEN LOCO


Llegué después de las 20 horas y apenas crucé la puerta estaba ahí como siempre, parado sobre la mesa ratona del living esperándome con su pelo negro y blanco brillando en remolinos y su manchita particular en la nariz. Me miró y maulló como reclamante, como diciendo ' hoy tardaste mucho'. El otro gato rubio casi nunca viene a recibirme, es que mucho no me quiere, pero con Indio tenemos una conexión especial.    

Lo saludé como todos los días y al agacharme hacia él sentí que quería abrazarme, que necesitaba un amigo en quien descargar inquietudes o tristezas. Entendí que tuvo un mal día, que quizás necesitaba relajar, que me esperaba para charlar, para refregarse y llenar de pelos mi pantalón color negro aburrido. Porque por más de que tenga hogar, cariño y comida de pelotitas balanceadas, indio puede tener días malos.

Los gatos son independientes -dicen- pero  Indio no, él reclama amor constantemente y se enoja si no lo recibe. Todas las noches, entre las 4 y las 5 de la madrugada, comienza a llorar, mientras se trepa a los muebles y comienza a tirar de a uno todos los suvenires y recuerdos de cerámica que encuentra a su paso, busca de esta manera que la flaca y yo nos despertemos para darle su dosis de caricias nocturnas o lo invitemos a la cama para dormir pegado a nosotros, abrazándonos con su patita peluda como si fuera un humano que cucharea a su acompañante.  

Suele ponerse nervioso y en un descuido te puede arañar escapando con mirada de enojo pero sin odio, como diciendo 'no me toques más pero tampoco me hagas caso'. O quizás en medio de caricias te toma por sorpresa y te muerde, muerde fuerte, lastimando con sus colmillos filosos faltos de lauchas de pastizal.
Al ver mis brazos con esas marcas felinas, nuestros amigos dicen que es un gato malo, un gato loco. Pero yo no me canso de repetirles que no lo entienden, no comprenden la histeria que le agarra entre el disfrute de las caricias y las ganas de rasgarte y comerte mientras lo acaricias, es algo que su instinto no puede manejar, algo que estoy convencidísimo que él no quiere hacer pero no puede evitarlo.

Mi día tampoco había sido bueno pero el de Indio parecía haber sido peor. Lo vi diferente, desesperado como si fueran las 4 de la madrugada y el horario de mimos estuviera latente.  Siguió maullando y entendí sus reclamos, se quejaba porque dejé cerrado el ventanal del balcón, 'miau, no pude salir a tomar aire en todo el día'. También estaba enojado porque mi mujer cerró la puerta del baño, 'miau miau, sabes que me gusta tomar agua de la gotera de la bañera'. Y además había quedado la cama deshecha, 'miau miau miau, no logro descansar bien si no dejo todos mis cabellos sobre el acolchado nuevo'. Al parecer, todos esos problemas le generaron un estrés gatuno que necesitaba ser calmado con la mano de un amigo acariciando su barbilla.

Entre quejas y exigencias descubrí que Indio necesitaba contarme algo, algo que no podía seguir manteniendo en silencio. Me senté en el sillón y se recostó en mi regazo, puse mi mano sobre su lomo y me miró a los ojos, 'miau, estoy enojado con vos pero igual me hacés bien' me dijo. En ese momento lo sentí más amigo que nunca y menos animal que cualquier otro gato.        

Y siguió comunicándose, entre maullidos y movimientos de cola logré entender el secreto que Indio quería compartirme, un secreto que solo yo podía saber.      

Me contó con detalle, con suspenso y con un deseo de contención, que él no es un gato malo, que no está nada nada loco, que él en realidad, es una reencarnación.        
Mis ojos se pusieron como huevo duro ante la tremenda revelación. Y siguió con los detalles, contó que era la reencarnación de un hombre que murió años atrás y que aún hoy recuerda su vida anterior, que él fue persona y hoy se siente atrapado en un cuerpo de gato.       

Un gato que para sobrellevar mejor esta nueva vida y este nuevo cuerpo, encontró en mí un refugio, un cómplice, porque al mirarme fijo, me dijo que logra ver en mis ojos un reflejo de sí mismo.  Me afirmó que detecta más que nadie cuando tengo un día malo, que sabe cuánto me gustaría reclamar amor tirando todo por el piso al igual que lo hace él y que comprende mis nervios ante el cariño.  

Sabe más que nadie que deseo morder y comerme desaforadamente a quien más quiero para llamar su atención y decirle 'te muerdo porque te quiero tanto que te necesito dentro mío', que también necesito tomar aire en el balcón e hidratarme con agua de goteras, y que sin dudas necesito descansar con mis sábanas estiradas para soñar los recuerdos de mi vida anterior, esa vida donde yo era un gato y solo buscaba refregarme en el pantalón aburrido de mi amigo humano para transmitirle paz, y decirle, 'miau, mi día también fue una mierda, acariciame y yo te ronroneo, vas a ver qué te sentís mejor'.       

                                                                                     @Cuento_Veloz

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